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En el arduo peregrinar por este valle lacrimoso no sólo debemos porfiar por nuestra salvación sino por la de todas las almas, empezando por la propia familia. Vivir en gracia, ser almas de oración y frecuentar los sacramentos es la mejor manera de asegurar la eterna bienaventuranza. Pero con frecuencia nos vemos infecundos para arrancar a nuestros seres queridos de los garfios del maligno. El mundo embriagador los hipnotiza con los cantos de sirena de una felicidad huera y efímera.

Aparentemente van camino del infierno sin remedio, pero Dios tiene sus tiempos para cada alma y mientras tengan vida los sigue llamando a la conversión. Muy probablemente su salvación eterna dependa de nuestras oraciones y sacrificios. Lejos de desmoralizarnos tenemos que intensificar la plegaria por su conversión. Hay que pedir con insistencia, con perseverancia y confianza. En la liza espiritual sólo se claudica cuando se deja de combatir.

Un pródigo del siglo XXI

Las conversiones radicales del ateismo a una vida fervorosa se siguen dando en la actualidad. Para su edificación comparto con ustedes la entrevista a Juan Manuel, un converso, que a través de la enfermedad y la incomprensión experimentó las mismas penurias del hijo pródigo. Una reviviscencia actual de una de las páginas más bellas del Evangelio.

Les invitamos, desde la introspección, a recorrer con nosotros las amenas veredas de regreso a la Casa del Padre. Una experiencia maravillosa que dio plenitud y verdadero sentido a su vida y que puede ayudar a otros muchos pródigos a regresar a ese hogar cálido y amoroso que nunca debieron abandonar.

¿Cómo fue su proceso de alejamiento de la fe?

Antes de mi conversión y a pesar de que mi madre, que en paz descanse, me enseñó la religión católica, me fui perdiendo por los derroteros del comunismo y renegué totalmente de la Iglesia Católica. Después de la muerte de mis padres mi suegro enfermó de cáncer. Era un hombre bueno y yo le quería tanto que le prometí a Dios volver a la Iglesia Católica si se curaba, pero murió. Entonces empecé a odiar a Dios con todas mis fuerzas.

Cuando usted más odiaba a Dios, Él salió a su encuentro…

Efectivamente, en aquel año empecé a tener los síntomas de una dolorosa enfermedad. Aprovechando la circunstancia un amigo me habló de presentarme un sacerdote, yo le contesté que era comunista y que no me entusiasmaba la idea. “Sabes que no me gustan los curas”, pero él insistió: “Mira que no es un sacerdote como los que tú conoces” Y así, movido más por la curiosidad que por otra cosa, accedí y quedamos una tarde para conocernos. Llegó el día y aunque no me gustaba el plan de esa tarde, allí acudí. Nos presentaron y pedimos un café. Enseguida me di cuenta de que ese sacerdote no era como los otros que yo conocía.

¿Qué fue lo que le hacía diferente?

Ya a simple vista por la sotana (era la primera vez que veía un cura con sotana) me pareció una persona amigable, comprensiva y con cierta autoridad, muy lejos de los curas en vaqueros y que se comportan como colegas del barrio de toda la vida. Al final de la velada me propuso hacer los Ejercicios Ignacianos y me explicó cómo eran, pero pensé que eso ya no iba conmigo y le dije que lo pensaría, más por cortesía y dejar el tema, porque no pensaba ir. Nos despedimos y ahí quedó todo.

Usted seguía indiferente, pero Dios no se cansó de buscarle…

Después de un tiempo la enfermedad me postró en una silla de ruedas. Sólo me levantaba con gran dificultad y con la ayuda de familiares y unas muletas. Los médicos no sabían qué tenía. Me hacían pruebas y más pruebas, todas contradictorias, unas que no daban nada y otras que tenía una enfermedad mitocondrial grave. Me decidí a probar todo lo habido y por haber para calmar los tremendos dolores que padecía, tarea que resultó inútil y que sólo sirvió para desesperarme más. Mi casa estaba siempre llena de amigos y lo pasábamos francamente bien, hasta que llegó la enfermedad. Entonces, esos supuestos amigos me abandonaron y me di cuenta que sólo estaban por la diversión, no por mi persona. Me sentí traicionado y abandonado.

Ya sumido en una depresión y completamente desesperado, perdí las ganas de vivir. “¿Para qué?”, pensaba, “¿qué sentido tiene vivir así, postrado, retorcido de dolores y siendo una carga para los demás?” No puedo negar que el suicidio era algo que cada día tomaba más fuerza en mi mente.

A grandes males, grandes remedios…

Un buen día me llamó mi amigo y me preguntó si había pensado lo de los Ejercicios Ignacianos. Le dije que no lo había pensado, pero que quizás los hiciera si eso me podía ayudar. Y así, movido por la desesperación, decidí ir. Nunca olvidaré mi entrada en aquella bendita Casa de Retiros, ayudado por dos personas que vinieron a casa a recogerme. Estaba tan doblado que apenas podía mirar al frente y tan deprimido que me costaba hablar. Debo decir que los Ejercicios de San Ignacio se predican en esta bendita Casa como antiguamente, con voto de silencio; sólo se puede hablar con el sacerdote fuera de las predicaciones. «El silencio –como dice San Juan de la Cruz- es el primer lenguaje de Dios», ya que Él es “un Dios escondido”.

Los Ejercicios le ayudaron a recuperar la salud, no sólo del alma, sino del cuerpo…

Así es. El primer día, terminadas las meditaciones, el sacerdote me preguntó cómo estaba de los dolores y me dijo que quizás unas oraciones me ayudarían a mejorar. Yo estaba indeciso y no sabía qué pensar. “Daño no le van a hacer”, me dijo, y accedí. Me hizo unas oraciones en latín y me fui a mi habitación a dormir. Allí noté que tenía la espalda ¡¡recta!! Fui a ver al sacerdote y le dije lo que me había pasado a lo que contestó para mi asombro, “Eso es bueno”, y no le dio mayor importancia, como si pasara todos los días. Regresé a mi habitación y empecé a sentir una gran paz y felicidad como nunca había sentido. Esa noche dejé de tomar los ansiolíticos, el antidepresivo y la píldora para dormir. Ni siquiera pensé en el efecto rebote que se produce al dejar estos medicamentos de golpe, efecto que no tuve. Me encontraba tan bien que esa noche dormí como nunca antes.

A través de los Ejercicios Espirituales, las meditaciones y el silencio, siguió mejorando mi salud y descubrí que Dios, la religión y la Iglesia Católica no eran como yo creía. Mientras, veía el asombro reflejado en el rostro de mis compañeros de retiro. Esas personas con caras largas al principio empezaron a sonreír y a transmitir paz. Había un intenso ambiente de espiritualidad. En el retiro se respiraba un clima de gran familia, como si nos conociéramos de toda la vida, y eso que no hablamos en todo el tiempo.

¿Cuál fue el hecho definitivo que apuntaló su conversión?

Fui a Misa (¡¡¡yo en Misa!!!) y descubrí la Misa tradicional a través de las oraciones, los gestos y movimientos del sacerdote llenos de reverencia y solemnidad, la belleza de los cantos en latín y el ambiente de sacralidad. Esto me hizo reflexionar sobre mi vida  y me di cuenta de que había sido injusto, un cabezota y hasta blasfemo con Dios y con la Iglesia Católica. Llegó el día de confesiones en el Retiro, algo que no hacía desde la Primera Comunión, pues cuando me casé no me confesé, era sólo una opción y la rechacé. Hice examen de conciencia de décadas, años en los que el pecado era el protagonista de mi vida. Recordé la meditación sobre el Infierno y cómo me ví allí metido sin remedio, “¡Pero yo no quiero ir al Infierno!” pensé, y con ese pensamiento hice confesión general.

Reflexioné sobre tantos años de psicólogos, que me decían que la culpa siempre la tenía otro y yo era maravilloso. Ahora sé por qué nunca tuvieron buen resultado, la mentira siempre es mala, era yo el que tenía que cambiar y poner en orden mi vida. Después de la confesión, el gran peso que soportaba en mi conciencia desapareció. Fui a Misa tradicional todos los días del retiro y me enamoré de ella, ¿cómo no enamorarse en donde Dios se nos da en Sacrificio y nos ofrece su Cuerpo, su Sangre, Alma y Divinidad en una pequeña Hostia, que se recibe de rodillas y en la boca demostrando así el respeto y adoración que merece? ¿Cómo he podido despreciar el Amor de Dios? Por ignorancia y soberbia. Ignorancia que fue resuelta, al menos en lo básico (que es lo más importante) en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.

¿Qué es lo que le acercó realmente a Dios?

La soberbia fue humillada por una bendita enfermedad. “¿Bendita?” dirán algunos, pues sí, bendita, porque los sufrimientos ofrecidos a Dios con amor son un tesoro y porque gracias al sufrimiento conocí a Dios. Él nunca se apartó de mi lado a pesar de haberme apartado yo de Él, ahora lo sé. Los testimonios de la gente al final del retiro nos impresionaron a todos y confirmaron con hechos de que no se trata de una simple “convivencia de amiguetes con guitarreos y charlas donde se habla de todo y de nada”, como hacen ahora de supuestos retiros que no te dan profundas respuestas al alma y al espíritu, porque hay más preocupación por agradar a la gente y divertirla que de darles a Dios y su doctrina.

Continúo con las oraciones, que no sólo alivian el dolor sino que cuando estoy hinchado la inflamación desaparece. En ocasiones me producen una gran sudoración, pero lo que siempre me dan es paz, esa paz profunda en el alma que sólo Dios da. Concluyo dando testimonio del gran cambio en mi vida y en la vida de los que me rodean desde la conversión: salud, paz y, cuando faltan, paciencia para ofrecerlo todo. También ahora tengo amigos de verdad, de los que están en lo bueno y en lo malo y al mejor de los amigos, a Dios.

¿Qué consejo daría a un lector que esté en una situación similar a la suya?

Busquen la Santa Misa tradicional, en ella se conserva sin duda el principio y fundamento de nuestra Fe. Primera meditación de los ejercicios Ignacianos: “El hombre es criado para ALABAR, hacer REVERENCIA y SERVIR a Dios nuestro Señor y, mediante esto, SALVAR su ÁNIMA”. Mi más profunda gratitud para el dueño de la Casa de Retiros que la dona desinteresadamente, a los amigos que me ayudaron, al Páter y a San Ignacio de Loyola. Deo gratias.

El retiro y conversión tuvieron lugar en la Casa de Retiros San José – Iglesia de la Inmaculada, en la Sierra norte de Madrid, donde se guarda el Rito tradicional de la Misa y se dan los Ejercicios Espirituales de San Ignacio en su forma tradicional.

Si quieren hacerme preguntas o comentarios sobre el proceso de mi conversión o si en algo puedo ayudar a alguien necesitado pueden escribirme al correo: losmismosjjj@gmail.com

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