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Felipe II se enfrenta, por una parte, a la rebelión morisca, alentada por el imperio otomano, y por otra, a la rebelión en Flandes, alentada por Venecia, así como la amenaza a la nueva política francesa.

Sin embargo, cuando en abril del mismo año el emisario del Papa, un clérigo español de nombre Luis de Torres, llega a ver a Felipe II para proponerle la formación de la Santa Liga, éste se muestra dispuesto a examinar la propuesta. Los consejeros del rey se dividen. Hombres tan influyentes como el cardenal Granvela consideran que “la orgullosa y egoísta República de Venecia merece verse abandonada a su destino”.

El rey entiende que lo que está en juego no es sólo ni principalmente Venecia; y acepta darle auxilio inmediato y ordena que se le vendan vituallas, al precio corriente, para su ejército expedicionario en socorro de Chipre. La respuesta concreta sobre la formación de la liga tarda un poco más. En Sevilla, Torres le presenta un largo memorial y a los 8 días Felipe II da el sí. El interés inmediato de España radicaba en la toma de Argel, Trípoli y Túnez, así como de las costas albanesas, a fin de extirpar el corso otomano y cortar de tajo el apoyo a la rebelión morisca y otras operaciones turcas contra España.

En las negociaciones, los plenipotenciarios españoles insisten en una coalición “contra el Turco y todos sus dependientes” mientras que Venecia intenta limitar el teatro de operaciones al extremo oriental del Mediterráneo, aun dejando a sus espaldas feudatarios del enemigo.

En realidad los venecianos no están interesados en el plan del Papa. Según escribe desde Venecia el 22 de febrero de 1571 el nuncio Fecchinetti, lo que los venecianos piden al mundo cristiano es “oro, víveres y tropas” para impresionar y detener a Selim con el espantajo de una liga general de los cristianos.

Toda la correspondencia secreta de Fecchinetti a Roma recalca que “questi signori” todo lo que querían es que el Papa les diese el subsidio eclesiástico y España los auxiliase con la flote que de ordinario tenía destinada a la defensa de Nápoles, Cerdeña y Sicilia, además de que los proveyese de las subsistencias que les faltaban y les faltarían mientras estuviese suspenso el tráfico con Levante.

Es un hecho probado documentalmente que la mayoría del Senado veneciano era hostil al proyecto papal. Y a lo largo del año que duran las negociaciones en Roma, Venecia se mantiene en negociaciones secretas con el Turco, en las que el bailo Marcantonio Barbaro discute con Sokoli varias veces la posibilidad de desviar el golpe hacia España, caso en el cual Venecia no se metería “a defender los territorios de Felipe II”.

Barbaro desde el primer momento, mantuvo a Sokoli al tanto de la complicada negociación de la Liga Santa, de las demandas españolas, de las presiones que ejercía el Rey de Francia sobre el dux en pro de una “paz negociada”, etc. Cuando en enero de 1571 el gran visir cierra las posibilidades de paz negociada, Venecia envía a Constantinopla al secretario del Senado, Jacopo Ragazzoni, para ayudar a Barbaro a tratar de obtener un tratado de paz. Sus palancas diplomáticas son la negociación de la liga en Roma y la heroica resistencia de Famagusta, que se sostendrá hasta el 1 de agosto.

El 7 de marzo de 1571, la fiesta de Santo Tomás de Aquino, patrón de los dominicos, los representantes de España y Venecia, después de oír misa en Santa María Sopra Minerva, la iglesia dominica en Roma, se dirigieron a firmar el tratado. Granvela anuncia que España no podrá cumplir con lo pactado en cuanto al tiempo, es decir, tener los barcos en Mesina en abril. Pero Venecia anuncia, lisa y llanamente que no firmará.

El hecho es que los venecianos esperaban noticias de Constantinopla, donde Selim, quizá inquieto por la información de que españoles y venecianos pudieren pelear juntos efectivamente, había dejado a Soloki volver a negociar con los enviados de Venecia, con la sola finalidad de ganar tiempo para sus tropas.

Los turcos aprietan el cerco contra Famagusta, pese a tener miles y miles de bajas, como sucede en todas sus sangrientísimas y espantosas campañas, propias de su religión antihumana (en el asedio a Malta, por ejemplo, perdieron más de 31.000 hombres). El Papa había enviado a Marcantonio Colonna a presionar a Venecia, pero sòlo bien entrado el mes de mayo éste obtuvo la promesa de suscribir la liga: se había acabado para Venecia toda posibilidad de negociación aceptable con el Turco. La liga se firma el 20 de mayo de 1571.

Probablemente Selim y sus consejeros creyeron lo mismo que Carlos IX de Francia, quien escribía el 12 de octubre de 1570 a su embajador en Madrid que la opinión de su corte en relación con la liga era “que las partes se contentarán con ponerla en el papel y que será difícil que surta algún efecto”. Pocas semanas después de estipularse la liga, ya se ofrecía el rey de Francia a los venecianos como intermediario con el Turco para hacer las paces; y en julio de 1571 nombró su embajador en Constantinopla al obispo hugonote de Acqs, el chula tildaba de gran falta política de los venecianos haber firmado el pacto de la coalición, pues “exponen sus Estados para salvar los de España”.

Felipe II La clara inteligencia de los sucesos exige reparar la imagen de Felipe II pergeñada por el rebelde procalvinista Guillermo de Orange en su fraudulenta Apología. En dicho libelo, acusa a Felipe II de bígamo, incestuoso y parricida, al tiempo que hace del malogrado infante don Carlos el héroe romántico que luego apareciera en un hinchado número de obras literarias. Schiller rechazó patentemente esa imagen: su Carlos es romántico pero no héroe. A la Apología se unieron luego las Relaciones, libro escrito a sueldo de la inteligencia británica por el corrupto y traidor Antonio Pérez, uno de los peores intrigantes de la corte madrileña.

Este sujeto, quien cobró gran poder en tanto primer secretario de Felipe y amante de Ana de la Cerda, princesa de Éboli, cayó en desgracia cuando el rey descubrió que el tipo había hecho asesinar al secretario de don Juan de Austria y otras lindezas.

Pérez logró huir y se refugió en Francia donde lo compraron los agentes de la corte inglesa. En la corte española, su principal rival había sido Mateo Vázquez, uno de los favorecedores de Cervantes. Es a partir de dichos libelos de donde se construye la leyenda negra de Felipe II, repetida luego por multitud de autores menores y mayores, de buena y de mala fe. El cínico Voltaire, aunque reconoce la falta de fundamento de la leyenda, la repite fielmente en su Essai sur l‟histoire generale et sur les moeurs et l‟esprit des nations.

El testimonio más confiable del episodio de don Carlos es, sin duda, el de Luis Cabrera de Córdoba, historiador, alto funcionario de la Corona, mediano poeta y buen amigo de Cervantes, a quien éste elogia con afecto en su Viaje del Parnaso. En su magna Historia de Felipe II, Cabrera confirma lo mal que estaba de la cabeza el infeliz príncipe, y en nada desmiente la explicación oficial sobre su detención y muerte. Los informes de los embajadores venecianos sobre la locura de don Carlos se deben considerar asimismo fidedignos, por cuanto eran informes secretos de inteligencia a la Señoría.

De los dos primeros libelistas, hay que recordar que el más famoso, Guillermo el Marrullero (que eso es lo que significa shluwe, como le decían, y no “el silencioso”), armó su primer escándalo político cuando declaró, en la dieta de Francfort de 1558, que el adulterio no es pecado. En 1561, durante las negociaciones de su matrimonio con Ana, hija del elector protestante Mauricio de Sajonia, él le aseguró a Felipe que había puesto la condición de que su esposa profesara la fe católica y viviera en ella, pero al elector Augusto de Sajonia le dijo de su inclinación secreta al protestantismo y que su esposa podía seguir siendo luterana si lo deseaba y educar a sus hijos en esta religión.
A la vez le escribía al Papa que deseaba extirpar “la peste de la herejía”.

Toda su vida política fue así. Cuando aún era formalmente católico, mientras redactaba proclamas “contra los herejes”, le mandó en secreto una carta al luterano Guillermo de Hesse para decirle que siempre había profesado el luteranismo. Vuelto al luteranismo y hecho líder rebelde, comulgaba al estilo de calvinista para manipular a los fanáticos calvinistas que formaban parte de sus grandes tropas. De joven, tenía una renta anual enorme (más de 170.000 florines) pero vivía de modo tan extravagante que pronto sus deudas llegaron al millón. Sus acreedores eran los acaudalados mercaderes de Amberes, muchos de ellos agentes venecianos.

En tanto gobernante, Felipe II no era peor que, digamos, la mayoría de los presidentes iberoamericanos de este siglo. Según su propia confesión, no entendía ni jota de finanzas internacionales o economía y, contra los consejos de los mejores economistas de España, dejó que la banca transnacional y la oligarquía terrateniente saquearan al país, impusieran el genocidio en sus colonias y arruinaran su hacienda. Su actitud puramente ideológica ante multitud de problemas lo hacía susceptible a la manipulación de los Kissinger de su tiempo y reino. Como Cervantes lo pondría de relieve en el Quijote, querer cumplir una tarea positiva en el mundo sin apoyarse en la ciencia no podía sino acarrear a fin de cuentas, una serie de desastres.

Pero lo que Felipe II entendía como propósito moral de España –y de él mismo, en cuanto titular de la Corona española y defensor de la fe católica- lo hizo muchas veces adoptar decisiones de gobierno tan correctas como inesperadas, plenas de resolución. Eso es lo que caracteriza su decisión de forzahttps://www.hispanidadcatolica.com/wp-admin/admin.php?page=wp-polls/polls-manager.phpr la creación de la Liga Santa y tomar el mando de una operación destinada a destruir la capacidad del imperio otomano de caer sobre Europa occidental.

Sus instrucciones a los negociadores son bien precisas en todas las cuestiones decisivas: el mando general corresponderá a España (recaería en don Juan de Austria, medio hermano del rey); la liga será defensiva y ofensiva, además de “perpetua”; los venecianos, pues, tendrán que entrar en una alianza militar y no simplemente recibir ayuda.

Los rasgos específicos de la personalidad de Felipe II que Cervantes incorporó a las características anímicas del personaje de don Quijote abarcan esa capacidad de respuesta moral que hace que “los burladores se hallen burlados”. Aspectos militares Don Juan de Austria, el joven comandante de la armada de la liga, se había ya distinguido en las armas en la lucha contra la rebelión morisca. Se le reconocía gran valentía, sensibilidad política y buen sentido de las operaciones militares, cosa que confirman los juicios que hace en sus cartas y su conducta en la campaña. Pero, como es obvio, no tenían suficiente veteranía, y el rey le pone un comandante adjunto, don Luis de Requeséns. La presencia de don Juan tiene sobre todo un significado político: el mando lo tiene España en la persona del hermano del rey.

El primer problema para don Juan es hacer que Venecia se ciña a lo pactado, para lo cual “la Serenísima” no había hecho ningún verdadero preparativo. El 25 de agosto, desde Mesina, a donde había llegado el día anterior con 24 galeras, don Juan le escribe a don García de Toledo, ex virrey de Sicilia: “Hallé aquí a Marco Antonio Colona con las 12 galeras de su Santidad, que están a su cargo bien en orden; así mismo hallé a Sebastián Venier, general de la armada de venecianos, con 48 galeras, 6 galeazas y 2 naves; éstas no están tan en orden cuanto yo quisiera y fuera necesario al servicio de Dios y beneficio común de la cristiandad…” Llegan luego 60 galeras de Venecia que estaban en Candia.

Don Juan escribe el 30 de agosto: “Las galeras de venecianos que comencé a visitar ayer, y estuve en su capitana: no podía creer VM cuán mal en orden están de gente de pelea y marineros. Armas y artillería tienen; pero como no pelean sin hombres, póneme cierta congoja ver que el mundo me obliga a hacer alguna cosa de momento, contando las galeras por número y por casualidad”. En la posdata de esta misma carta, don Juan agrega: “quiero añadir al mal recado en que vienen venecianos, otro peor, que es no traer ningún género de orden, antes cada galera tira por do le parece. Vea Vm que gentil cosa para su solicitud en que combatamos.”

Lo urgente era meter orden y derrotar hábilmente al sabotaje veneciano. Don Juan se apresura a formar el estado mayor de la armada y a negociar la distribución de las tropas, discutir el orden de batalla, etc.

El 9 de septiembre, don Juan le cuenta a don García lo que se ha logrado: “…estos señores venecianos a la fin se han acabado de resolver en tomar en sus galeras cuatro mil infantes de los de S.M., es a saber mil y quinientos italianos”. De las tropas de la armada por lo menos unos veinte mil soldados están a sueldo de la Corona española, cinco mil de Venecia, y dos mil del Papa; hay unos tres mil voluntarios. España lleva unas 90 galeras, aunque 24 de ellas son rentadas (parte al mercenario Andrea Doria).

Don Juan tuvo que subsanar también la falta de hombres por el lado veneciano poniendo en general sólo 3 hombres por remo, cuando lo normal eran 5 (este número se mantuvo en los barcos insignia y en los de reconocimiento). También elabora el orden de batalla, que resultó decisivo, y adopta una serie de medidas tácticas de gran valor. La armada de la liga se componía de 208 galeras, mientras que la del Turco tenía 260, pero la armada cristiana, además de reunir una serie de ventajas técnicas, adoptó una organización geométrica novedosa, que le dio completa superioridad.

En cuanto a lo primero, hay que destacar el poder del fuego: la mayor parte de las tropas turcas usarían ballestas en la batalla, y aunque un ballestero turco podía arrojar quizá hasta 30 flechas en lo que un arcabucero cristiano hacía un disparo, el cristiano probablemente tenía armadura a prueba de flechas y el ballestero no. Con fuego graneado de arcabuces se podía barrer en cosa de minutos a un contingente entero de ballesteros.

Los cristianos tenían, además, innovaciones como las redes de abordaje, y llevaban 6 de las llamadas galeazas, pesados barcos erizados de cañones, una especie de bombarderos pesados del mar.

En cuanto al orden de batalla, la armada cristiana funcionaría no como un grupo de barcos en movimiento más o menos coordinado –cosa habitual en las batallas navales de esos siglos-, sino como una formación coordinada de grupos de barcos, para aprovechar al máximo las diferentes cualidades de diferentes tipos de embarcación (por ejemplo, combinar el poder del fuego de cañón de las galeazas con la maniobrabilidad y la capacidad de abordaje de las galeras y los servicios de avituallamiento de las naves).

La formación habitual de los turcos, la media luna, pensada para envolver y cercar al enemigo, es una organización lineal, cuya capacidad está en razón directa del número de barcos.

El efecto más obvio del orden de batalla de la armada cristiana fue obligar a la flota turca a desbaratar su orden de batalla propio. La formación cristiana, por ser más compleja, era más exigente. Ningún grupo –y menos de un barco- podía permitir que los separara del resto una brecha de más de cien pasos. Dado el número mayor de navíos turcos, era importantísimo obrar con gran resolución para desorganizar la media luna y evitar que sus extremos pudieran flanquear y rodear a la formación cristiana.

Aunque eso se logró en general, la falta de resolución de Andrea Doria estuvo a punto de costarle muy cara, pues casi dejó que su grupo se fuese separado y rodeado; y finalmente sirvió al pirata otomano Ochiali para escapar con un pequeño grupo de galeras por una brecha de casi un kilómetro que Doria dejó abierta (según todos los comentaristas españoles, para no arriesgar sus amadas galeras). Aunque las fuentes discrepan en el número total de hombres que tomaron parte de la batalla, es razonable suponer que hubo unos 50.000 de cada lado, entre infantes y marineros.

La Liga Santa perdió cerca de 7.000 de los cuales unos 4.800 eran venecianos, no por más arriesgados, sino por menos diestros y guarnecidos. Los turcos perdieron más de 25.000 efectivos. La Liga Santa perdió doce galeras directamente en la batalla pero tomó 180, aunque muchas de ellas estaban inservibles. La Liga capturó asimismo cientos de cañones, entre chicos y grandes. Miles de galeotes cristianos quedaron libres, en tanto que miles de prisioneros turcos pasaron a ocupar su lugar en las galeras capturadas, además de complementar la fuerza de remo de toda la armada cristiana.

Sólo unos 10.000 turcos pudieron escapar a la muerte o a la captura. El Turco se quedó sin armada. Para el 8 de mayo del año siguiente, según el reporte que con esa fecha le mandó el embajador francés a su rey, Constantinopla había construido 150 nuevas galeras, bajo la supervisión del veterano corsario Ochiali. Pero, aun cuando su modelo era marinero, las hicieron en gran parte de madera verde y a la carrera, lo cual produjo muchos defectos. Estaban mal dotadas de artillería, y los cañones no eran de la mejor fundición.

El Turco había perdido ya, a partir del asedio de Malta, casi tantos hombres como todos los que tenía el ejército español en ese momento, el más grande y mejor armado de Europa. Además, el imperio otomano empezaba a sentir apreturas económicas, cosa a la que no estaba acostumbrado. La paz separada Pero para Venecia y sus aliados oligarcas del resto de Europa, la victoria de Lepanto fue un desastre político. La oligarquía veneciana, decidida a impedir a como diera lugar que la victoria de la cristiandad se consolidara, procedió a tres cosas.

La primera, sabotear cualquier posibilidad de que la liga iniciara la limpieza del norte de África y acabara con el corso otomano en el Mediterráneo central, para lo cual los venecianos insistieron tercamente en que la campaña de la armada cristiana en 1572 tendría que concentrarse exclusivamente en Levante, es decir, en la defensa de las restantes colonia venecianas (Corfú, Cefalonia, Cérigo y Candia).

La segunda fue arreglarse con el Turco, para lo cual iniciaron de inmediato negociaciones secretas de paz separada, acompañadas de una serie de provocaciones de la liga en Roma, a fin de “retirarse pudiéndose quejar de nosotros”, como comenta don Juan de Austria el 4 de julio de 1572 en una carta al príncipe de Éboli. La tercera fue conspirar contra España. Toda la oligarquía europea cooperó con la maldad veneciana. A los dos meses de la batalla, en la corte francesa se trazó un plan ofensivo para deshacer la posible “hegemonía española”.

Ante todo era esencial lograr que se rompiese la liga. Francia prepararía en Burdeos una flota, lista a “recorrer” las costas españolas, y una división e galeras en Marsella, con vistas a atacar a Italia, o a socorrer a Argel y a otros puertos del norte de África en caso de que España se lanzara a reconquistarlos. Al mismo tiempo, Inglaterra azuzaría con todos los medios la rebelión de Flandes, a la que se sumarían los hugonotes franceses y los señores alemanes con los territorios limítrofes a los de Flandes. Se intensificaría la acción diplomática con el Papa y Venecia, para maldisponer al primero con Felipe II y convencer a la segunda, que no necesitaba ser convencida, de la conveniencia de un arreglo rápido con el Turco.

Según consta documentalmente, los conspiradores de París decidieron que si el Papa se resistía a romper con España, se le amenazaría de guerra, de lo cual quedó encargado el duque de Toscana, supuestamente feudatario e España pero sobrino de Catalina de Médicis. Se acordó que si Venecia seguía aliada a España, se haría concierto con el Turco para invadirle todas sus tierras. Deshecha la liga se desarrollaría una acción conjunta contra los españoles en Italia, junto con la invasión inglesa en Flandes y un ataque turco en Sicilia y Calabria.

Se hizo salir de la corte francesa al embajador de España, que había tenido el atrevimiento de celebrar en París la victoria de Lepanto con salvas de mosquetería e iluminaciones públicas. Se hizo venir de Constantinopla a un embajador itinerante turco, que llegó a Marsella y recorrió las cortes de Francia, Inglaterra y Alemania. Felipe II supo por lo menos desde fines de año lo que se cocinaba en Francia (salvo que el duque de Toscana estaba metido), pero no hay señales de que haya tenido buena información de lo que trataban venecianos y turcos en esos mismos momentos. Venecia recibió con entusiasmo el plan francés.

El dux se comprometió directa y personalmente con el rey de Francia, que le ofreció la posibilidad de apoderarse de Sicilia, granero que vendría a aliviar el antiguo y siempre apremiante problema del avituallamiento de la ciudad. Mientras tanto, se recibió en París al conde Luis de Nassau, rebelde fugado de Flandes y se estableció la alianza con Inglaterra. Margarita hermana del monarca francés, se casaría con el hugonote Enrique de Navarra, y no con el infante don Sebastián de Portugal, como se venía negociando.

Por supuesto, las propuestas de Roma de que Francia se uniese a la liga fueron rechazadas tajantemente. Lignerolles, agente español en la corte francesa fue asesinado.

A partir de febrero de 1572 se pone en acción el plan francés. El 2 de abril estalla la rebelión en Flandes; los franceses entran en Valenciennes, Mons y otras ciudades. Aunque el duque de Alba los derrota, Felipe II se ve obligado a ordenar a don Juan de Austria no salir para Levante con la flota española. Los venecianos de hecho no rompe la liga, porque es su arma en la negociaciones con el Turco; y usan el plan francés a fin de maniatar a España e impedirle desempeñar el papel decisivo que tuvo en los acontecimientos del año anterior.

El 7 de marzo de 1573, “la Serenísima” y “la Sublime Puerta” firman la paz separada. Lo anunciarán sólo hasta el 4 de abril. Pero Europa recibe la noticia desde unos días antes. El embajador don Juan de Zúñiga le escribe el 18 de marzo a Felipe II para avisarle; en la carta le dice que ya le mandó decir a don Juan y al cardenal Granvela para que a su vez le avisen al presidente de Sicilia, a Malta y a Túnez “para que se aperciban, pues agora está cierto que el armada (turca) vendrá a algunas partes”. Venecia firmó, añade, cuando don Juan no estaba ahí “para juntar las fuerzas de V.M a tiempo que puedan estorbar los daños que el armada del Turco pueda hacer en los estados de V.M.”

El tratado de paz turco-veneciano ha sido motivo de asombro para muchos, y el cínico Voltaire fue de los primeros en comentar que Venecia había aceptado condiciones de paz dignas de un país derrotado y no de vencedor: perdía Chipre, pagaría un enorme tributo, etc. Con todo, el punto más importante del acuerdo ha sido hasta ahora el menos comentado: además de devolver a Venecia todos sus privilegios comerciales y políticos previos, el imperio otomano se compromete a proteger a Venecia en contra de España.

Sencillamente, tal como los oligarcas angloamericanos de nuestros días, que prefieren entregar el mundo al imperio soviético antes que aceptar una solución republicana cristiana a la crisis a la que han llevado a Occidente, los oligarcas venecianos preferían entregarlo todo al Turco antes que aceptar las consecuencias de la victoria de la cristiandad.

Salvador Lozano

1 Comentario

  1. Dice Salvador Lozano: “antes que aceptar una solución republicana cristiana a la crisis a la que han llevado a Occidente, los oligarcas venecianos preferían entregarlo todo al Turco antes que aceptar las consecuencias de la victoria de la cristiandad.”
    De esto trata el dilema del mundo, impedir sea desalojado su príncipe, el demonio, y sea instaurado el Reino de Cristo entre los hombres. Es la razón de ser de toda la historia, desde Adán hasta hoy. El arma más usada por el enemigo ha sido la traición en su variado formato, desde la doblez a la inquina, desde el espionaje a la infiltración. Siempre la cizaña procuró sofocar al trigo. En nuestro tiempo es evidente que el enemigo ha perdido el control de la situación, ha abandonado los disimulos de la diplomacia y recurre a la irracionalidad que pretende imponer con torpeza. Ciertamente no convence a los pueblos, pero cuenta con un reducido número de conjurados y otro mayor de secuaces que ejercen un precario y contradictorio poder. Cualquiera sea la distancia que logre avanzar, está irremisiblemente derrotado por Cristo, y además por su propia inoperancia. Estos sabiondos tienen una dificultad insuperable: quieren DESTRUIR SIN SER DESTRUIDOS, este imposible los detiene, porque para qué quieren un mundo que no les permita subsistir a ellos; sin humanidad, por falta de nacimientos; sin inteligencia creadora, si robotizaran a los sobrevivientes; sin enemigos que los mantengan activos. Esta parranda de pseudos-intelectuales, filósofos, científicos, artistas, de la cultura, del periodismo, de la partidocracia, de la jactancia, del amenazar, en definitiva, de la nulidad, advierte que sólo pueden aprovechar la menguada ventaja que les concede su aparatosa conspiración por algún tiempo; aprovecharon la oportunidad que les ofreció el genio del mal, pero sus recursos acabaron en las armas nucleares, en la depravación moral, en el raquitismo intelectual.
    No podemos demorar contraatacar, el tiempo es muy valioso ante las demandas del Reino de Dios que nos urgen llevar a término. Desenmascaremos a los enemigos, denunciemos la falaz mentira de sus proyectos inicuos de auto-destrucción, pongamos de manifiesto su debilidad, y les advirtamos del peligro que les espera de ser aniquilados, cuando Cristo lo decida.
    La Aurora de María ha inaugurado un “nuevo tiempo”, el tiempo del “hombre nuevo” nacido de Cristo en el bautismo, llamado a ser transfigurado y manifestarse en gloria cuando Cristo se manifieste (Col 3,3-4; 9-10). ). La Señora Vestida de Sol pisará la cabeza del dragón, ¡ya la está pisando!, Ella prepara el camino a Cristo que viene.
    Trabajemos entonces a su Luz, tomados de sus manos, y venceremos. “Al fin triunfará Mi Inmaculado Corazón en el mundo”.

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