
Guillermo Fiscer nació en Madrid en 1985 es historiador, profesor de Ciencias Sociales de Educación Secundaria e informador turístico. Su experiencia profesional ha girado siempre en torno a la Historia, como Profesor y Catedrático en centros docentes y promotor e informador turístico.
Es Presidente y fundador de la Asociación Cuktúrika de promoción y divulgación del Patrimonio histórico-cultural de la Comunidad de Madrid. Es autor de un libro sobre el Madrid de los años 30 y habitualmente colabora en diferentes publicaciones especializadas sobre divulgación histórica.
La Transición es uno de los periodos históricos de los que se habla en España de una forma habitual y recurrente. Desde diversos sectores de la historiografía y de la clase política de nuestro país se opina y se debate reiteradamente sobre el Régimen del 78. Unos para hacer una defensa del marco de libertades democráticas- aún con sus limitaciones- del que disfrutamos hoy en día y otros para destacar y resaltar su agotamiento y señalar la necesidad de señalar un cambio absoluto de las bases del consenso político y económico con los orígenes que se gestó hace ya cuarenta años, pero ¿Cuáles fueron sus orígenes? y ¿Cómo se construyó y afianzó el actual Sistema político e institucional?
“La construcción del Régimen del 78” hace un repaso de las bases históricas, políticas, sociales y económicas en las que se fundamentó el presente Régimen y sus instituciones, se revisa también el proceso que concluyó con uno de los puntales del Sistema vigente, La Constitución, de la que se cumple ahora su 40 Aniversario y se analizan los éxitos, los aciertos, los fracasos y las carencias de una estructura que hasta hace ahora apenas unos años parecía sólidamente construido y consolidado pero que en estos momentos, con la irrupción de nuevos partidos políticos, es puesta en tela de juicio. En esta entrevista analiza en profundidad algunos de los aspectos más interesantes de su libro.
¿Cuando empezó a fraguarse la transición?
Para la mayor parte de la historiografía, la transición surge en 1975 con la muerte del General Franco. Sin embargo, podemos barajar tres fechas claves que podrán considerarse los antecedentes históricos de este periodo; 1969, cuando Francisco Franco designa como Sucesor a la Jefatura del Estado al entonces Príncipe Juan Carlos, 1973, con el atentado mortal de ETA que asesina al entonces Jefe del Gobierno del General Franco, mano derecha y considerado para muchos el sector continuista del régimen, y por supuesto 1975, cuando tras el fallecimiento de Franco se produce el relevo definitivo en la jefatura del estado.
Con la subida al poder de Juan Carlos I, como comento en el libro, se inicia una operación, en realidad una serie de operaciones, destinadas a poner en marcha definitivamente el proceso de transición de forma controlada por las élites del poder y garantizar y asegurar que todo seguiría en la línea correcta que los líderes políticos, desde Juan Carlos I hasta Arias Navarro y los militares, deseaban.
¿El atentado de Carrero frustró una continuación del Régimen?
Cuando en su discurso ante las Cortes del 20 de julio de 1973 el Almirante Luis Carrero Blanco afirma “soy un hombre totalmente identificado con la obra política del Caudillo” y “mi lealtad a su persona y su obra es total, clara y limpia” muchas personas tuvieron la duda real de que su figura fuera a posibilitar de alguna manera la transición política de la dictadura franquista a la democracia parlamentaria. Si bien Carrero Blanco era favorable a la sucesión a la monarquía en la figura de Juan Carlos I, su indudable, total y absoluta lealtad a la figura y obra política de Franco ponía, a juicio de muchos, en serios aprietos la continuación monárquica.
Por ello, el atentado terrorista de 1973, pocos meses después de asumir la jefatura del Gobierno, fue considerada, en efecto, una maniobra perfecta que frustraba la continuación, si no del régimen, si de los Principios del Movimiento Nacional y de la estructura política del régimen franquista tal y como estaba establecido en la zona nacional desde el 18 de julio de 1936.
De ahí el hecho de que dicho atentado levantara tantas sospechas sobre su autoría real y los apoyos que tuvo, quien fue la “garganta profunda” que pasó al terrorista etarra Argala la información clave sobre las costumbres cotidianas del Almirante Carrero Blanco en la cafetería del hotel Mindanao de Madrid, la implicación de los servicios secretos de la Embajada de EEUU, a apenas unos metros del lugar donde se cavó el túnel de Claudio Coello que voló por los aires el coche de Carrero, si el SECED tenía información de ello….hay demasiadas preguntas aun sin contestar.
El Régimen del 78 está basado en unos principios liberales que socavaron definitivamente los valores católicos.
El Régimen del 78 se ha basado, tal y como comento en el libro, en una ley clave que ha mediatizado todo el aparato político e institucional del régimen actual, la Constitución de 1978.
Este texto, basado en efecto en los principios liberales y burgueses, supuso un cambio y una ruptura total y absoluta de los preceptos religiosos y confesionales del anterior régimen franquista, que se evidencia en el Artículo 16 (se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto, y ninguna confesión tendrá carácter estatal), o el Artículo 32 (la ley regulará las formas de matrimonio, las causas de separación y disolución). Ello ha abierto toda una serie de posibilidades que todos hemos visto, en lo relativo a las diferentes concepciones legales de matrimonio y familia, el divorcio, aborto parcialmente legalizado y demás cambios radicalmente diferentes de los conceptos nacional católicos de la época franquista.
Además, la Constitución ha quedado en papel mojado, al asegurar y garantizar unos derechos en el papel (Artículo 14 de igualdad ante la ley, Artículo 28 de libertad de sindicación, Artículo 37 de negociación colectiva, Artículo 40 de pleno empleo, Artículo 42 de políticas de retorno de nuestros emigrantes, Artículo 47 del derecho a vivienda digna…) que no se cumplen realmente de forma efectiva en el día a día durante los últimos 40 años de bipartidismo.
¿Por qué se ha endiosado a la democracia como el único sistema posible de gobierno?
En el libro comento cómo, a pesar de los diferentes modelos de organización política existentes en la historia reciente de España, como el nacional-sindicalista, o incluso de las muchas formas de representación y participación política de la ciudadanía (asociaciones, municipios, sindicatos….) se ha sobre valorado el papel de la democracia parlamentaria de partidos como la forma preeminente y principal de organización y representación política en España, para beneficio de las élites políticas del país.
En el Artículo 6 de la Constitución de 1978 se otorga un protagonismo especial a los partidos políticos y a la vía electoral como camino casi exclusivo y mayoritario de participación política y ciudadana con el objetivo de canalizar la movilización ciudadana a través de los cauces de los partidos políticos, más moderados en sus reclamaciones que las asociaciones o iniciativas ciudadanas, y suavizar y restar legitimidad, de esta forma, a manifestaciones más radicalizadas que no pasen por el control de los partidos políticos parlamentarios.
José Antonio Primo de Rivera afirmaba cómo en la historia reciente se ha pasado de la voluntad del rey absoluto, que decidía en exclusiva las orientaciones políticas y las leyes del estado, a la voluntad de las mayorías, la del “sufragio”, donde ya no existen verdades y leyes naturales, si no que todo se puede decidir por el voto de las mayorías, incluso el suicido si fuese necesario de la nación. Se ha pasado a un endiosamiento, en efecto, de la democracia como una nueva tiranía de las mayorías donde el voto es la medida de las cosas, y donde todo lo que pasa por una urna cada 4 años supone la nueva verdad absoluta e incuestionable, aunque ello pase por legalizar la supresión de la unidad nacional, y todo ello para beneficio e interés de la nueva aristocracia moderna, que es la de los partidos políticos.
Se legalizó el partido de una ideología perversa como el comunismo…
Y se hizo además de una forma, si no ilegal, al menos si desleal y profundamente irregular. Cuando el 8 de septiembre de 1976, el Presidente Adolfo Suárez se reúne con la cúpula del ejército español, literalmente les promete y les asegura que habrá elecciones democráticas, para cumplir con el programa político que tenía en mente, pero rotundamente afirma que en ellas el Partido Comunista de España (PCE) no sería legalizado, y apenas unos meses después, en el famoso Sábado Santo de 1977, éste era completamente legalizado, aunque Suárez le pediría a Carrillo no hacer demasiados aspavientos y ruidos para no provocar una reacción adversa de la derecha y especialmente de los militares.
Ello provocó, como de todos es sabido, la dimisión inmediata del Ministro de Marina Almirante Gabriel Pita da Veiga, y un comunicado muy duro del Consejo Superior del Ejercito donde se expresaba “la profunda y unánime repulsa del Ejército ante dicha legalización y acto administrativo llevado a efectos unilateralmente, dada la gran trascendencia política de tal decisión” que estuvo a punto de causar un grave conflicto político entre la cúpula militar y el gobierno de Suárez, aun antes de que se celebraran las primeras elecciones democráticas.
A pesar de que finalmente el PCE acabó acatando las leyes, normas y hasta los símbolos del estado, y se presentó formalmente legalizado antes las primeras elecciones, e incluso participó con ponentes en la redacción del texto constitucional de 1978, la legalización del comunismo, que había sido el gran mal de la política española desde el final de la guerra civil en 1939, supuso una de las primeras quiebras serias y uno de los primeros grandes desencuentros que a punto estuvieron de volar por los aires el manido “consenso” de la transición.
Y se permitieron partidos nacionalistas que desembocarían en separatismos. También se creó la gran la lacra del estado de las autonomías…
Como cuento en el libro, precisamente el modelo constitucional y político asienta el mal del llamado “café para todos” que literalmente ha desembocado en el cuestionamiento de la unidad nacional, los modernos reinos taifas de las autonomías y más recientemente el riesgo del separatismo catalán con los presidentes Puigdemont y Torra.
Ya en el Título VIII de la Constitución de 1978 se establece el funcionamiento de las comunidades autónomas, y éste se encuentra sumergido en una ambigüedad absoluta de competencias autonómicas.
El expresidente de Castilla-La Mancha, José Bono lo resume perfectamente bien en 2010 cuando afirmaba que: “Lo del café para todos fue un error. El café para todos fue una salida pero no una solución. Para evitar una posible sublevación se les dijo a los militares que lo mismo que se le iba a reconocer a vascos y catalanes, se reconocería también al resto mediante la formación de distintas comunidades autónomas”.
De esta forma, pactando un modelo autonómico generalizado, y rebajado, se suavizaban las tensiones nacionalistas, se contentaba el empuje regional o nacional imperante, y se calmaba a los sectores ultras del ejército español, aunque supusiese abrir la puerta a la España de las autonomías que ha derivado, con el tiempo, en un caos desregulado y descontrolado donde cada autonomía es casi un mundo aparte con sus propias legislaciones, a menudo contradictorias y contrarias a las demás. Todo por el interés político de debilitar a los nacionalismos hegemónicos por un lado y debilitar al gobierno nacional de la UCD del momento por el otro.
Ello ha derivado en lo que todos conocemos; autonomías absurdas que nunca han existido en reclamaciones serias, enfrentamientos e insolidaridad común y el riesgo más serio a la unidad nacional que supone actualmente el llamado “procés” de Cataluña.
No vivimos en un proyecto de solidaridad y cooperación común, si no de insolidaridad, de rivalidades y competencias mutuas intercomunitarias, con leyes y normas propias en cada región como si de pequeños estados se tratara y donde impera más la rivalidad que un sentimiento común, como definía hace años José Antonio cuando afirmaba muy acertada y proféticamente aquello de que “horripila pensar cómo van a sentir la solidaridad española esas generaciones nuevas educadas por quienes profesan sin embozo su insolidaridad”.
Para finalizar analice la gran revolución cultural del PSOE en los 80.
El PSOE, como Alfonso Guerra pronosticaba, modificó culturalmente a España en todos los órdenes hasta el punto de no reconocerla nadie. Fue en los años 80, después de los años del nacionalcatolicismo, cuando se introdujo todo el cambio cultural que conocemos como “la movida”, la contracultura en todos los ámbitos y una explosión de libertad creativa y cultural no conocida hasta la época.
Si bien ese ambiente se inicia a finales de los años 70 en la época de los gobiernos de Suárez, es a partir de la década de los 80 cuando estalla un nuevo panorama artístico manifestado en todos los órdenes, como el musical (con el surgimiento de toda una oleada de grupos como Kaka de luxe, Alaska y los Pegamoides, Radio Futura, Nacha Pop, salas musicales como La Vía Láctea, el Rock-Ola, El Penta…), o cinematográfico (Pedro Almodóvar, Fernando Trueba, Bardem…).
No obstante, ello derivó en un aperturismo que alteró elementos como el educativo, con la inauguración de toda una serie de leyes (LODE, LOGSE, LOCE, LOE y la tan crítica actual LOMCE) que no han hecho más que instalar un clima de inestabilidad, enfrentamiento y divisiones en el ámbito educativo donde, a diferencia de otros países donde existe un consenso o pacto nacional educativo, aquí no existe más que la división y el uso de la educación y la cultura como arma arrojadiza entre los representantes de la partitocracia y el bipartidismo.
Javier Navascués Pérez