
Los medios de comunicación masivos, por lo general, suelen rendir pleitesía a las ideologías dominantes y a los grandes círculos de poder. Atesoran grandes audiencias, de millones de personas, en su mayoría masas acríticas con diferentes grados de simpatía a esas ideologías. Los precursores del Nuevo Orden Mundial, eminentemente anticristiano, tienen abducida a la mayor parte de la población controlando la mayoría de los Mass Media del mundo.
Pero afortunadamente, en diferentes partes del mundo, siempre surge una férrea resistencia al matrix progre de la ideología dominante y a las directrices de la Sinagoga de Satanás. Paralelamente hay medios más modestos que no se doblegan ante las imposiciones de los poderosos y con mucha menos audiencia luchan con valentía por defender la Verdad cincelando, con paciencia de orfebre, un periodismo de calidad.
José María Carrera (1993), graduado en historia y máster en formación del profesorado. Colabora con RadioYa desde mayo de 2017, dirigiendo “Ciudadela” y participando en otros programas. Presidente de Instituto Lepanto desde septiembre de 2017. Nos habla en esta entrevista de la responsabilidad del periodista católico de transmitir la Verdad a un mundo decadente y lleno de prejuicios.
¿Qué supone para usted haber recibido el don de la fe y la sana doctrina?
Es una pregunta compleja, más cuando los clichés abundan en este sentido. La fe es una gracia, puesto que sin merecerlo se nos da el medio para realizarnos en todos los ámbitos. Siendo el más relevante el espiritual, la salvación, la fe también nos permite a todos comprender el sufrimiento, cumplir con nuestras obligaciones, trabajar diariamente por la sociedad, obtener el perdón del Único que puede darlo. Creo que la respuesta es muy amplia y abstracta. Si lo contemplamos en el sentido opuesto, si se puede afirmar, tanto yo como muchos otros, que, de no haberla recibido, muchas cosas carecerían de sentido. Todo, en realidad.
Algo más específico sería la cuestión de la doctrina. La formación que recibimos en estos tiempos es por desgracia muy reducida, y tener acceso a ella implica poder conocer la verdad sobre Dios y el hombre, cada punto nuevo que conocemos de ella nos obliga a mejorar, a vivir en tensión espiritual y nos ofrece la responsabilidad de transmitirla.
¿Vive feliz cumpliendo la Ley de Dios?
No es solo que seamos felices cumpliéndola, sino que no podemos serlo de otro modo. Hoy en día se contemplan los mandamientos, como un conjunto de obligaciones que oprimen y encorsetan nuestra libertad. Olvidamos que el cumplimiento de la ley de Dios, origen y a la vez culminación de la ley Natural, implica el rechazo del mal y el seguimiento del bien, de la propia naturaleza de los hombres. ¿Cómo podríamos ser felices yendo en contra de nuestra naturaleza y de nuestro Creador?
Tradicionalmente se ha considerado a la religión como las “verdades y deberes que fluyen de la dependencia del hombre respecto de Dios”. El seguimiento de estas verdades nos lleva a contemplar a Dios, a la Verdad, “felicidad última del hombre” según Santo Tomás. Y sólo podemos contemplarlo cumpliendo los deberes, siguiendo Su palabra: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” dice Nuestro Señor en el Evangelio.
Por desgracia, hoy en día no es que dejemos a Dios y a nuestra naturaleza de lado, sino que vamos frontalmente en su contra. Decía el Cardenal Ratzinger que, con el surgimiento de nuevas ideologías, nos encontramos ante una insurrección del hombre contra los límites que le marca la misma naturaleza, considerándonos nuestros propios dioses y creadores.
No hay más que ver las consecuencias: En España, el suicidio es la primera causa de muerte no natural, y ha duplicado durante varios años a las muertes por accidente de tráfico, siendo la aprobación del llamado “suicidio asistido” solo cuestión de tiempo. Por ello, una garantía y medio para paliar esta epidemia pasa por que los católicos seamos coherentes, no solo en los grandes momentos, sino en el día a día. En definitiva, que demos ejemplo.
¿Cómo nació su vocación al periodismo?
Diría que más que vocación, fue fruto de un privilegio y de una responsabilidad. Desde siempre he aspirado a ejercer la docencia, ya sea en el ámbito escolar o en cualquier otro. Por esto, contemplo mi actividad en RadioYa no tanto como labor de periodista sino más bien como un medio de formación, de modo que tanto los oyentes como yo podamos crecer en el camino de la verdad y de la doctrina hoy tan atacada.
En este sentido, no me caben más que palabras de agradecimiento hacia Rafael López Diéguez, presidente del GrupoYa. En primer lugar, por su ausencia completa de complejos, respetos humanos, o intereses personales a la hora de trabajar por la transmisión de fe y por su defensa de España. Y también por ofrecerme la posibilidad de colaborar con él en el proyecto radiofónico del grupo. Es muy reconfortante para todos que en estos tiempos en que la verdad es tan atacada, haya quien está dispuesto a defenderla, arriesgando su patrimonio y prestigio, tanto personal como profesional.
También agradezco a todo el equipo de RadioYa y especialmente a su director, Javier García Isac, por enseñarme a dar los primeros pasos en este medio, puesto que como él me dijo desde el primer día, el periodismo no se aprende tanto estudiando (que también), sino haciéndolo.
Háblenos de la responsabilidad del comunicador católico de defender las causas nobles.
Esta es sin duda otra de las responsabilidades que debemos perseguir y cumplir a la hora de comunicar. Nos encontramos ante una paradoja en la sociedad actual. Algunos dirán que antes, en otros momentos históricos, la gente no sabía leer. Lo realmente triste es que hoy, sabiendo, no queremos. Mientras que la opinión nunca ha sido tan masiva y masificada como hoy, la formación necesaria para pensar bien destaca por su ausencia.
Creo que una responsabilidad que tenemos los católicos es desmarcarnos de las corrientes de opinión, y adecuar la nuestra a la sana doctrina. No hacen falta opiniones, sino verdades. Se adelantó Belloc al afirmar que “la expresión punto de vista es decadente y falsa”, ya que situamos nuestra opinión por encima de la verdad objetiva. Olvidamos que, como decía Balmes, “el pensar bien consiste en conocer la verdad”.
En este sentido, creo que es labor de todo comunicador enfrentarse a las ideologías y a los errores modernos, sean cuales sean, y transmitir la fe, la verdad, ya sea en el campo doctrinal, político, histórico, etc. Dejemos la opinión a los demagogos.
No se puede entender España sin su esencia católica, hoy tan atacada…
Por supuesto. Más allá de los debates y particularidades historiográficas, es innegable que, tras los concilios de Toledo, especialmente del III (589), “las tierras de España florecieron siempre por la plenitud de la fe”, de modo que, como recoge Santiago Cantera, España se configura desde el concilio como una “realidad política, histórica, cultural y espiritual, marcada por la fe católica”. Si comprendemos bien este origen de España en la unidad católica, comprenderemos todo su desarrollo histórico, así como su ocaso actual por el abandono de sus raíces constitutivas. Por este motivo encontramos un odio acérrimo hacia España, por su nacimiento y servicio de la fe y a la fe. En última instancia, el odio a España responde a un odium fidei.
¿Cómo podemos defender los ideales católicos ante una sociedad que se desmorona?
No estamos exentos de medios, desde luego. En primer lugar, sabemos que Dios está “con nosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Eso implica que está con nosotros incluso en la persecución. Por ello, en primer lugar, debemos orar y confiar. Es seguir el llamamiento que hizo el papa San Pio X a los católicos franceses en momentos de persecución: “Que vuestra confianza descanse enteramente en Dios, cuya causa sostenéis, y para que os socorra, no os canséis de pedírselo”.
En segundo lugar, tomar conciencia de las implicaciones de nuestra fe. Un ejemplo y modelo de ello es San Pablo: “He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe”. En este clima de laicismo que vivimos, debemos recordar las palabras del mismo papa San Pío X: “Mientras dure la persecución, los hijos de la Iglesia deben trabajar con todas sus fuerzas por la justicia y la verdad: tal es su deber de hoy más que nunca”. Esta justicia y verdad implica eliminar de nosotros todos los complejos y comodidades. Reclamarlas por el derecho que poseen, y no tener miedo de afirmar, como el papa Pío XI, que “solo Él es quien da la prosperidad y la felicidad verdadera así a los individuos como a las naciones”
Una cuestión de mera lógica es que no podemos amar lo que no conocemos. Para muestra un botón: según el CIS, del 71% de la población española que se declara católica, el 83% es “no practicante”. Todos estos católicos que no practican su fe, no lo hacen tanto por iniciativa o voluntad propia, sino por la nula formación que han recibido. Por ello, debemos conocer nuestra fe y la doctrina, formarnos mediante la lectura de las Sagradas Escrituras, del Magisterio de los papas, o de la Tradición de la Iglesia.
Es entonces cuando podremos transmitir la doctrina en la que se encuentran las soluciones auténticas de esta sociedad decadente. No solo podemos, sino que debemos, siguiendo a las enérgicas palabras de Santa Catalina: “¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!”. Uno de los medios propicios, entre otros, para no ser cómplices con nuestro silencio, sino partícipes de la solución, son los medios de comunicación y enseñanza. Es nuestro deber transmitir la verdad, más aún hoy que esta es tan perseguida. Quizá en ocasiones no haga falta gritar, pero desde luego, no podemos callar.
Importancia de no rendirse en la batalla ante los medios más poderosos económicamente y los grandes enemigos de la cristiandad.
Decía Blas Piñar: “El Espíritu Santo y yo, mayoría absoluta”. Los éxitos y victorias de la fe católica, la Iglesia y la causa, nunca han sido cuestión de número o cantidad. Podrían correr (deberían correr) ríos de tinta acerca de los cientos de hazañas protagonizadas por la España al servicio de la fe. Las batallas de las Navas de Tolosa, Empel o Lepanto, por citar tan solo algunos casos representativos. En ellas, el pronóstico era desolador, la inferioridad numérica, desproporcionada. Pero lo que movía realmente a sus protagonistas no era solo el resultado, sino la coherencia en el actuar, independientemente de un contexto favorable o adverso. Quizá por esta rectitud de intención es por lo que se sucedieron tantas intervenciones de la Providencia y de la Virgen María.
Nuestro enemigo, que no debe ser otro que el que lo es de la Fe y la Cristiandad, siempre será más astuto, pero debemos saber que la victoria no depende nunca de nosotros, sino de la Providencia y nuestra rectitud de intención: “Buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.
Javier Navascués Pérez