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Puertollano, localidad minera de la provincia de Ciudad Real, tenía en 1936 unos 20.000 habitantes, era pues un pueblo pequeño.

En las Elecciones Generales celebradas el 16 de Febrero de tal año, salió vencedor el Frente Popular, coalición de partidos de izquierda y republicanos, todos de marcado carácter revolucionario; tanto entonces, como sobre todo ahora, quedó demostrado que dichas elecciones fueron un auténtico pucherazo, por lo que el Gobierno y Parlamento frentepopulista lo era no sólo ilegal, sino también ilegítimo.

En la provincia de Ciudad Real acudieron a las urnas el 73 por ciento de los votantes. La CEDA, el mayor de los partidos de derechas, logró cinco representantes; Renovación Española, el Partido Radical y el Partido Agrario, todos también de derechas, uno cada uno, y el PSOE, dos. Sin embargo, contagiados por la victoria del Frente Popular a nivel nacional, victoria como se ha dicho ilegal e ilegítima, el 20 de Febrero, el socialista Leonardo Rodríguez Barrera se hacía con la alcaldía de Puertollano.

A finales de Mayo, hubo un enfrentamiento entre miembros de grupos de izquierda y falangistas, produciéndose un tiroteo que hirió de gravedad a uno de éstos, José Hernández Novas, quien fallecía el 14 de Junio.

Con las primeras noticias de la sublevación del Ejército de África el 18 de Julio, los mineros y militantes de izquierda organizaron rápidamente controles y patrullas armadas, tomando las calles del pueblo dedicándose a registrar los domicilios de los vecinos considerados de derechas, deteniendo a no pocos de ellos. Todo ello con el amparo de las autoridades municipales, y desde luego con la más absoluta ilegalidad.

A las 23’30, llegó un nutrido grupo de frentepopulistas al domicilio de la familia Cabañero Cabañero, sito en la calle Pi y Margall –hoy sigue teniendo el mismo nombre, muy cerca de la plaza del Ayuntamiento–, exigiendo a sus moradores que entregaran las armas que tuvieran en su poder.

En dicha casa se encontraban reunidos, pendientes de la evolución de la situación, que sabían no pintaba nada bien para ellos, el padre, Juan Gregorio Cabañero Cabañero, su esposa, María Francés, y cuatro de sus cinco hijos –Juan, que era el mayor y al tiempo jefe de la Falange local, Fernando, Eugenio y Gracia–, así como la esposa del mayor de ellos, Gloria, que estaba embarazada; no estaba presente la otra hija del matrimonio que residía en Cáceres junto a su marido.

Ante el cariz agresivo y violento de los frentepopulistas, y con el precedente de la muerte del falangista Hernández Novas hacia tan sólo un mes, los Cabañero se negaron a entregar las armas que poseían, que eran una escopeta de caza y dos pistolas, y se dispusieron a resistir con la esperanza de que en breve llegara la Guardia Civil y los rescatara.

Así pues, desde la media noche del 18 de Julio queda asediada la casa de los Cabañeros, logrando la familia resistir a la turba que la rodeaba, haciendo derroche de valor y serenidad. En un momento dado, no conformes los frentepopulistas con el nutrido tiroteo al que sometían la casa, se dieron a lanzar contra ella cartuchos de dinamita, uno de los cuales terminaría por arrancar de cuajo el brazo de Eugenio –el menor de los varones, de tan sólo 13 años–, cuando intentaba devolver el cartucho a los atacantes confiado, como otras veces había hecho, en que le daba tiempo dado que las mechas venían siendo demasiado largas.

Evadidas de la casa las tres mujeres a través de un boquete realizado en la pared con la colindante, el padre y sus tres hijos siguieron resistiendo toda la mañana del día 19.

Sobre las 14,00 h. observaron la llegada de la Guardia Civil de la localidad que hasta ese instante se había inhibido de lo que ocurría. Creyendo que venían a liberarles, pronto comprobaron que no era así, sino todo lo contrario, pues la Benemérita se unió a los frentepopulistas, llegando a emplazar una ametralladora con la que barrieron la casa de los Cabañeros intensamente.

Finalmente, sobre las 14,30 h. el padre, Juan Gregorio Cabañero Cabañero, moriría de una granada lanzada por un guardia civil que le explosionó en plena cabeza; el hijo menor, Eugenio Cabañero Francés, que apenas sobrevivía al destrozo de su brazo, falleció de un disparo hecho con la ametralladora de la Guardia Civil; los otros dos hermanos, Juan y Fernando Cabañero Francés, emprendieron entonces la fuga siendo cazados en un pajar cercano donde fueron asesinados.

La hija menor, Gracia, moriría dos meses después víctima del trauma causado por los hechos vividos. La esposa del mayor de los hermanos, Gloria, conseguiría dar a luz siendo recogida por unos vecinos. Ambas se salvaron del linchamiento por la intervención de la Guardia Civil, pues las intenciones de los frentepopulistas fue la de asesinarlas una vez capturadas.

El suceso fue festejado por el Frente Popular de la provincia como si de una gran hazaña se tratara, tardando en creerse que tan reducido grupo de personas y tan mal armadas hubieran sido capaces de tenerles en jaque durante tanto tiempo; toda una noche y una mañana entera.

Tras la guerra, se acordó cambiar el nombre de la calle donde se ubicaba su casa por el de Mártires Cabañero, y por Orden de 4 de Enero de 1961, fue reconocido el heroísmo de Juan Cabañero Francés con la Cruz Laureada de San Fernando, lo que aprovechó el consistorio puertollanense para erigir sendos monumentos –uno del escultor Joaquín García Donaire– en recuerdo a la heroica resistencia de los Cabañeros; ambos han sido destruidos hace unos años y la calle ha vuelto a denominarse Pí y Margall.

Se da la circunstancia de que mientras unos frentepopulistas se dedicaban a asediar la casa de los Cabañeros, otros prendieron fuego a las iglesias de la Asunción y de la Virgen de Gracia que quedaron destruidas, mientras que la de la Soledad sufrió graves daños.

Pocos días después, el 26 de Julio, los mismos frentepopulistas, dueños del pueblo, asesinaron al coadjutor del pueblo, el sacerdote Jaime Eusebio Cabañero Cabañero, hermano de Juan Gregorio.

Francisco Bendala Ayuso

1 Comentario

  1. Heroísmo! Palabra que en su síntesis acabada expresa un contenido que la desborda. Buenos pensadores se han detenido en ella para ahondar en su abismo. Pero como el océano lanza sus voces de lo profundo una y otra vez, así las almas de los héroes no cesan de hacer llegar el murmullo sagrado de una decisión extrema que fue tomada de modo absoluto y definitivo. Nos inclinamos reverentes ante quienes despreciaron sus vidas antes de claudicar ante el hedor de fantasmas que no pueden ocultar su miseria aborrecible. Los héroes, como los santos, son simiente de buenas cosechas, que recogen en los campos soleados, ayudados por los ángeles. Por esto es saludable y reconfortante recordar sus acciones increíbles, tomadas con la prontitud del rayo, sin mediar especulaciones intelectuales ni reflexiones morales. No hay tiempo para ello. Sí, sí; no, no, se precipitan como un mandato divino que mueve la voluntad a elegir entre lo efímero y lo eterno. Quiera Dios concedernos el espíritu heroico en estos tiempos de apostasía, de cobardía, de traición. Es heroico levantar en alto el estandarte de la victoria ante un mundo derrotista, sin horizontes, que prefiere chapalear en las ciénagas que escalar las montañas.

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