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Uno de los grandes deseos que tuvo el padre Maldonado durante toda su vida fue el de dar su vida por Cristo. Le ofrecía su vida al Señor para que cesara la persecución y la Iglesia viviera en libertad. Otra cosa que le pedía al Señor era que no lo dejara privado de la Comunión sacramental a la hora de su muerte. Estos dos deseos se los concedió nuestro Señor de una manera admirable.

El 10 de febrero de 1937 era Miércoles de Ceniza. El Padre Maldonado tenía prohibido utilizar el templo parroquial de Santa Isabel y sus anexos, y por lo tanto se veía obligado a atender a sus feligreses a escondidas, como un delincuente. En esa ocasión había hecho su centro de operaciones en la casa de unas señoritas Loya, en la Boquilla del Río, a unos tres kilómetros del centro de Santa Isabel. Esa mañana el padre celebró la Misa e impuso la ceniza a los fieles en un cuarto improvisado como capilla.

Como a las cinco de la tarde, o tal vez un poco antes, el padre se encontraba rezando el Oficio Divino acompañado por algunas personas, cuando llegó la policía a aprehenderlo por orden de las autoridades municipales. Lo acusaban de haber prendido fuego a la escuela de Santa Isabel, pero el motivo era en realidad que seguía celebrando Misa sin permiso. Después de un intento fallido de esconderse, el padre finalmente se entregó, pero antes pidió que le dieran el relicario con ocho o diez Hostias consagradas que tenía para la comunión a los enfermos. El motivo de pedirlo fue tal vez que no quería desprenderse del Santísimo Sacramento para evitarle faltas de respeto y hasta profanaciones en aquella difícil situación, pero el pensar que con él estaba más seguro prueba que no se imaginaba hasta dónde iban a llegar sus enemigos.

Después de un penoso recorrido de tres kilómetros, a pie y empujado por los policías, que iban a caballo, al llegar a la presidencia pasó el padre la puerta, pero de inmediato el presidente municipal lo tomó de los cabellos y le propinó un golpe. Luego, cuando iba en el segundo escalón, pues lo llevaban al segundo piso, Andrés Rivera lo recibió con un tremendo golpe con las cachas de la pistola en la frente, quebrándole el cráneo en círculo y casi saltándole el ojo izquierdo. Al caer sobre los escalones, los esbirros lo arrastraron hasta el segundo piso y ahí siguieron golpeándolo con las culatas de sus rifles.

Cuando cayó la primera vez y mientras era arrastrado escaleras arriba, el padre no soltó el relicario, pero ya en el segundo piso, mientras lo seguían golpeando, el relicario se le soltó de las manos y se abrió y las Hostias se desparramaron por el piso. Entonces, según una versión de los hechos, el presidente municipal, con desprecio, recogió las Hostias y se las metió en la boca diciéndole: “Cómete eso”. ¡Así se cumplió el deseo del padre de comulgar en la hora de su muerte! De ese viático sacó el mártir las fuerzas espirituales que le hacían falta en ese supremo momento de su vida: fuerzas para confesar a Cristo con su vida y al mismo tiempo para morir perdonando a sus asesinos.
El 21 de mayo, al canonizar la Iglesia a San Pedro de Jesús Maldonado, supimos que se habían cumplido las palabras de Nuestro Señor: “A todo aquél que se declare por mí delante de los hombres, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mt 10, 32).

1 Comentario

  1. O Salutaris Hostia

    Oh salvadora Ofrenda (Hostia)
    que del cielo abres la puerta,
    enemigos hostiles nos asedian,
    danos fuerza, préstanos auxilio.

    Tenga gloria sempiterna
    el Señor, uno y trino,
    que una vida sin fin
    nos conceda en el paraíso (la patria). Amen.

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