
Hispanidad y Leviatán de tercer grado
No caminamos a ciegas en esta crisis. Tenemos los ojos de nuestros antepasados. Y no creamos que esta oscuridad es impenetrable para ellos. Nada de eso. De nuestros ancestros en la fe aprendimos a mirarlo todo sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de lo eterno. También, y sobre todo, la comunidad política, la vida social y la cultura, la educación y el mundo, incluso, del dolor.
Estaba pensando en ello, digo en que podemos ver a través de otros, a raíz de la Opción Pelayo. La proponía, con su parresía habitual, Pedro Luis Llera: lanzarse a reconquistar para Cristo el suelo que ha ganado el Leviatán de tercer grado, tardemos lo que tardemos y costare lo que costare. Con el in hoc signo vinces por delante.
Como dice Pedro en su proclama: «solo un puñado de hombres, con la Cruz como bandera, hacen frente al poderoso ejército sarraceno y lo derrotan. Un milagro.» También incidía recientemente en ello Luis Fernando Pérez Bustamante: «No nos engañemos», decía:
«O Cristo reina en todo, o estaremos bajo la autoridad del príncipe de este mundo, quien ya fue derrotado en la Cruz, pero sigue luchando contra la Iglesia para derribarla del lugar que le corresponde.»
Tengamos las cosas claras. Tengamos los pies en el suelo, sepamos que este no engañarse es propiamente hispánico, por quevediano, por antirroussoniano, por antirrevolucionario y antiliberal. Es el empeño que agitaba el alma del beato Diego José de Cádiz, segundo apóstol Santiago, moviéndolo a recorrer España entera denunciando los males de la revolución: no nos engañemos, hermanos, ningún ethos posluterano va a servir para sanear la Iglesia ni el catolicismo. Nuestra nueva evangelización no puede venir del alma posmoderna, experiencialista y fenomenológica, personalista y acomodaticia al sistema liberal; sino del alma que nos llevó hasta América, y que en América fundó, también, la Cristiandad.
Los ojos de nuestros antepasados son los ojos de nuestra Hispanidad. No es una cosa muerta, sino viva. No es una cosa que ha pasado, porque no hemos pasado ni tú ni yo, estamos vivos y coleando y queremos ver, salir de esta sima. Hasta hace poco íbamos a tientas. Implorábamos gracias, y no teníamos ni idea de los errores de nuestra estrategia; qué error, traernos teologías francoalemanas, como si fueran mejores que la nuestra. ¡Y resultaron modernistas!
Pero la gracia nos hizo reaccionar y nos condujo hasta aquí, a nuestra traditio local, y en ella comprendimos, redescubriéndola, que tenemos instrumentos para contemplar la crisis con una amplitud que no soñábamos. Y que estos instrumentos son obra de la providencia, que no son autónomos, porque han surgido de la gran Tradición; y que son nuestros. Y que eran, antes que nuestros, del Manco de Lepanto, de Santa Teresa de Jesús, de los capitanes de Cortés y del Beato de Liébana, de San Juan de la Cruz y de Fray Luis de León, de Juan de Borja y de Covarrubias, con su Tesoro, y de tantos otros, también de ahora: de Álvaro D´Ors, de Alberto Caturelli, de José Rivera, de Juan Vallet, de Elías de Tejada, de Leopoldo Eulogio Palacios, de Castellani y de Meinvielle y del maestro Rafael Gambra, y tantos otros. Tenemos ojos. Cabales, recios y realistas.
Lo que estamos diciendo, sin timidez, es que nuestra secularización ha sido nuestra deshispanización; el hundimiento del catolicismo hispano coincide, no lo dudamos, con la importación acrítica de filosofías y teologías extranjeras, que asimilamos cual comida envenenada; pero nosotros, los de la Piel de Toro, no estamos hechos para manjares fenomenológicos.
La revolución luterana hizo pedazos la Cristiandad. Cierto. Pero, ¿acaso ésta no sobrevive en la forma mentis hispana? No me refiero al espíritu de esta época, sino a la traditio local. Su legado de apercepciones no está muerto, no desapareció. Subyace, todavía, en nuestro derecho natural, en nuestros Sagrarios, en nuestras devociones, en nuestros retablos y en nuestros santos.
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Nada más ajeno al pensamiento político hispánico que la metamorfosis de la política en gestión administrativa. Nada más extraño a nuestro ethos clásico que la gobernanza mundialista. Nada más disonante con nuestro catolicismo universal que el catolicismo global personalista.
No dudo en afirmar, con todas sus consecuencias, que la secularización de nuestra política ha sido la causa de la secularización de nuestra sociedad. Porque nuestra visión de las cosas excluye, como un germen enemigo, todo tipo de laicidad de tercer grado, sea fuerte o débil o sana o insana.
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Reconquistémonos el alma, con el socorro de Dios. La esencia de la Hispanidad contiene potentes semillas de renovación. Es extraño a la inteligencia hispana poner entre paréntesis lo heredado. Cuando renegamos de lo nuestro plagiamos la Modernidad. Porque todo lo que no es Tradición (y tradiciones) es plagio. Y no es propio de nuestra identidad, de nuestro cervantinismo católico, renegar de la Cristiandad, sino defenderla y custodiarla. No existe la Hispanidad de tercer grado, ni existirá jamás.
Artículo original Infocatólica
David Glez. Alonso Gracián
La hispanidad católica con María, todo: sin María nada. Quién conduce la batalla contra el demonio del error y sus secuaces es la Señora Vestida de Sol, la Virgen, que pisará la cabeza del dragón
Excelente apelación del autor a nuestro patrimonio cultural. La reciedumbre de tal pensamiento ancla en parte en las evidencias racionales establecidas por los filósofos griegos ( principio de no contradicción –Parménides-; Sócrates, Platón, realismo aristotélico) y por otra parte en la firmeza de la Fe fundamento de la Revelación. El ser hispánico se eleva por arriba del ser humano natural tanto como la metafísica se eleva sobre el conocimiento empírico, la teología sobre el conocimiento sólo racional y cuanto la contemplación mística nos introduce en el misterio de las cosas divinas. Con tales bloques de piedras vivas se ha constituido el alma hispánica, no expuesta a los vendavales cambiantes del mundo moderno. Por esto no es posible una metamorfosis de la hispanidad hacia la modernidad, una deriva hacia las incertidumbres del relativismo o del nihilismo, hacia las fluctuaciones democráticas o los ecumenismos sincretistas. Y porque los mojones de su pensamiento no sólo están clavados en la tierra firme de la verdad sino que han echado raíces por las que asciende la savia que los vivifica, hace florecer y dar frutos abundantes de sabiduría, de abrigo y de sombra, la hispanidad católica puede ofrecer su patrimonio espiritual a la humanidad a fin de ayudarla a no sucumbir ante la tempestad que el demonio ha desatado contra el Reino de Dios. María, Madre de Cristo, de la Iglesia y de la humanidad, lo es también de la hispanidad a la que conducirá según su misterioso designio.
“No caminamos a ciegas en esta crisis. Tenemos los ojos de nuestros antepasados. Y no creamos que esta oscuridad es impenetrable para ellos. Nada de eso. De nuestros ancestros en la fe aprendimos a mirarlo todo sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de lo eterno. También, y sobre todo, la comunidad política, la vida social y la cultura, la educación y el mundo, incluso, del dolor.”
“…este no engañarse es propiamente hispánico, por quevediano, por antirroussoniano, por antirrevolucionario y antiliberal. Es el empeño que agitaba el alma del beato Diego José de Cádiz, segundo apóstol Santiago, moviéndolo a recorrer España entera denunciando los males de la revolución.”
“Los ojos de nuestros antepasados son los ojos de nuestra Hispanidad. No es una cosa muerta, sino viva. No es una cosa muerta, sino viva. No es una cosa que ha pasado, porque no hemos pasado ni tú ni yo, estamos vivos y coleando y queremos ver, salir de esta sima. Hasta hace poco íbamos a tientas. Implorábamos gracias, y no teníamos ni idea de los errores de nuestra estrategia; qué error, traernos teologías francoalemanas, como si fueran mejores que la nuestra. ¡Y resultaron modernistas!”
“Pero la gracia nos hizo reaccionar y nos condujo hasta aquí, a nuestra traditio local, y en ella comprendimos, redescubriéndola, que tenemos instrumentos para contemplar la crisis con una amplitud que no soñábamos. Y que estos instrumentos son obra de la providencia, que no son autónomos, porque han surgido de la gran Tradición; y que son nuestros. Y que eran, antes que nuestros, del Manco de Lepanto, de Santa Teresa de Jesús, de los capitanes de Cortés y del Beato de Liébana, de San Juan de la Cruz y de Fray Luis de León, de Juan de Borja y de Covarrubias, con su Tesoro, y de tantos otros, también de ahora: de Álvaro D´Ors, de Alberto Caturelli, de José Rivera, de Juan Vallet, de Elías de Tejada, de Leopoldo Eulogio Palacios, de Castellani y de Meinvielle y del maestro Rafael Gambra, y tantos otros. Tenemos ojos. Cabales, recios y realistas.”
“Lo que estamos diciendo, sin timidez, es que nuestra secularización ha sido nuestra deshispanización”
“Reconquistémonos el alma, con el socorro de Dios. La esencia de la Hispanidad contiene potentes semillas de renovación. Es extraño a la inteligencia hispana poner entre paréntesis lo heredado. Cuando renegamos de lo nuestro plagiamos la Modernidad. Porque todo lo que no es Tradición (y tradiciones) es plagio. Y no es propio de nuestra identidad, de nuestro cervantinismo católico, renegar de la Cristiandad, sino defenderla y custodiarla. No existe la Hispanidad de tercer grado, ni existirá jamás.”
He creído conveniente citar estos valiosos párrafos de David Glez. Alonso Gracián, porque señalan el fundamento racional cristiano que hace de nuestro patrimonio una entidad espiritual-intelectual irreversible. Tan adentrada está en la dimensión humana de la hispanidad, en el temperamento de su genio creador y combativo, lugareño y universal, tradicional y profético. Verdadera tizona de la inteligencia y de la voluntad empuñada por los hombres que hicieron de ella un medio para perpetuar las grandezas conquistadas en los siglos anteriores al Descubrimiento del Nuevo Mundo y para luego transplantarlas a éste.
Bien, lo que ahora nos planteamos frente a la situación concreta del mundo en crisis terminal en que convivimos es cómo hacer de nuestro patrimonio hispánico un instrumento que nos permita “salir de esta sima.” Aquí debemos advertir que la crisis actual es de naturaleza escatológica, lo cual exige un replanteo profundo de nuestra comprensión del problema y de nuestra voluntad para resolverlo.
El altísimo valor de nuestro patrimonio debe ser redimensionado acorde, A) en primer lugar, a la magnitud del caos producido por el misterio de iniquidad y su capacidad de destrucción; B) en segundo lugar, a la realidad enteramente nueva que ha de suceder a un mundo devastado.
A) Debemos reconocer la insuficiencia de nuestro patrimonio cultural cristiano para contener la crisis desatada sobre el mundo por el príncipe de las tinieblas. Porque si la Iglesia no ha podido evitar en los últimos siglos la conmoción creciente del mal, no podemos atribuirnos mayor eficacia nosotros. Se trata de un ataque final en el que infierno a empeñado toda su potencia destructora de odio contra el Reino de Cristo. No corresponde aquí extendernos en una reflexión sobre porqué la Iglesia y la cristiandad no han podido resistir debidamente a tal ofensiva. Basta reconocer el hecho objetivo a fin de ajustar nuestros propósitos.
B) Una nueva realidad ha de suceder al mundo de la bestia y de la Babilonia que será derrumbada por su propia autodestrucción, “porque Dios puso en su corazón ejecutar su designio, un solo designio y dar a las bestia la soberanía sobre ella, hasta que se cumplan las palabras de Dios” (Apoc. 17,17). Sí, la bestia, cegada por el odio desatará las fuerzas (nucleares?) que destruirán el mundo de la Babilonia (NOM), se autodestruirá y en ello irá también el castigo a la bestia, el anticristo.
Luego de esto el “Aleluya, porque ha establecido su reino el Señor, Dios todopoderoso” (Apoc 19,6).
Este final apoteósico del mundo del pecado e irrupción solemne del reino de Cristo, reconoce la participación de la Virgen, la Señora Vestida de Sol (Apoc,12), que se empeña en un combate final y decisivo contra el dragón al que vencerá, aniquilará y pisará la cabeza a fin de que nunca más atente contra el Reino de Dios. Se cumplirá, así, lo que la Virgen anunció en Fátima: “Al fin triunfará Mi Corazón Inmaculado”.
Por consiguiente, nuestro tiempo es escenario de acontecimientos escatológicos, en los cuales María nos llama a intervenir, “Quiero que todos trabajen en Mi Causa” (San Nicolás-Argentina). La Causa de María es aniquilar al demonio y preparar el camino a la Venida de Cristo que instaurará su Reino de Gloria. Para alcanzar este cometido, la Virgen viene como Aurora, resplandeciente en la Luz de Gloria de Su Hijo, que la colma y Ella irradia sobre la Iglesia, la humanidad y el universo todo. Es una Luz que penetra la realidad de los hombres, sus hijos, en tanto la aceptan; luz que transfigura, potencia nuestra condición humana deteriorada profundamente por la caída original. El “hombre viejo”, el que fue vencido por la astucia del demonio en el Paraíso, ha quedado radicalmente debilitado para resistirlo, sólo la gracia ha impedido que fuera totalmente destruido. María viene para que “se manifieste” en nosotros “el hombre nuevo” nacido de Cristo por el bautismo. El hombre nuevo cuenta con la sabiduría y virtud necesarias para sumarse al ejército victorioso de la Virgen que derrotará al demonio. Además, el “hombre nuevo” está capacitado para edificar la nueva edad del Reino que viene.
Por esto, nuestro tiempo exige que nos alistemos bajo la Conducción de María, condición irrenunciable para vislumbrar, comprender y trabajar en la presente edificación, ya iniciada, del Reino de Dios entre nosotros. Porque estamos inmersos en las fronteras de dos mundo, el del hombre viejo que termina, y el del hombre nuevo que se proyecta hacia la eternidad.
La hispanidad católica deberá potenciar su patrimonio bajo la Luz de la Aurora de María, llamado “a participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom,8). Es necesaria una nueva sabiduría, eminente, que aventaja a la sabiduría del hombre viejo tanto como el hombre nuevo dista de éste; tanto como “la restauración de la armonía primitiva” (Pio XII) aventaja al caos actual, o, como “Cruzar el umbral de la Esperanza” (S. J.P.II) deja atrás “una tierra árida, que sólo produce abrojos y espinas” (Gen,3). La hispanidad católica debe aceptar, acoger y reflexionar ante la intervención de la Virgen dispuesta por Su Hijo. De ahí derivará su plena capacidad para cumplir el designio que la Providencia le ha fijado.