
El Señor ama la Niñez Homilía VII (37)
Cuando los tres Magos fueron conducidos por el resplandor de una nueva estrella para venir a adorar a Jesús, ellos no lo vieron expulsando a los demonios, resucitando a los muertos, dando vista a los ciegos, curando a los cojos, dando la facultad de hablar a los mudos, o en cualquier otro acto que revelaba su poder divino ; sino que vieron a un niño que guardaba silencio, tranquilo, confiado a los cuidados de su madre. No aparecía en él ningún signo de su poder; mas le ofreció la vista de un gran espectáculo: su humildad.
Por eso, el espectáculo de este santo Niño, al cual se había unido Dios, el Hijo de Dios, presentaba a sus miradas una enseñanza que más tarde debía ser proclamada a los oídos, y lo que no profería aún el sonido de su voz, el simple hecho de verle hacía ya que El enseñaba. Toda la victoria del Salvador, que ha subyugado al diablo y al mundo, ha comenzado por la humildad y ha sido consumada por la humildad.
Ha inaugurado en la persecución sus días señalados, y también los ha terminado en la persecución. Al Niño no le ha faltado el sufrimiento, y al que había sido llamado a sufrir no le ha faltado la dulzura de la infancia, pues el Unigénito de Dios ha aceptado, por la sola humillación de su majestad, nacer voluntariamente hombre y poder ser muerto por los hombres.
Si, por el privilegio de su humildad, Dios omnipotente ha hecho buena nuestra causa tan mala, y si ha destruido a la muerte y al autor de la muerte (cf. 1 Tim 1,10), no rechazando lo que le hacían sufrir los perseguidores, sino soportando con gran dulzura y por obediencia a su Padre las crueldades de los que se ensañaban contra El, ¿cuánto más hemos de ser nosotros humildes y pacientes, puesto que, si nos viene alguna prueba, jamás se hace esto sin haberla merecido? ¿Quién se gloriará de tener un corazón casto y de estar limpio de pecado? Y, como dice San Juan, si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos y la verdad no estaría con nosotros (1 Jn 1,8).
¿Quién se encontrará libre de falta, de modo que la justicia nada tenga de qué reprocharle o la misericordia divina qué perdonarle? Por eso, amadísimos, la práctica de la sabiduría cristiana no consiste ni en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y enseñado como verdadera fuerza desde el seno de su madre hasta el suplicio de la cruz. Pues cuando sus discípulos disputaron entre sí, como cuenta el evangelista, quién sería el más grande en el reino de los cielos, El, llamando a sí a un niño, le puso en Medio de ellos y dijo:
En verdad os digo, si no os mudáis haciéndoos como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos (Mt 18,1-4). Cristo ama la infancia, que El mismo ha vivido al principio en su alma y en cuerpo. Cristo ama la infancia, maestra de humildad, regla de inocencia, modelo de dulzura. Cristo ama la infancia; hacia ella orienta las costumbres de los mayores, hacia ella conduce a la ancianidad. A los que eleva al reino eterno los atrae a su propio ejemplo.
El mismo mensaje sobre la humildad, persiste en pentecostés, como pilar de la fe:”Durante los diez días en el Cenáculo, Mi amada Madre tuvo pacientemente que explicar a Mis apóstoles la importancia de la humildad. Sin humildad no pueden ser llenados con este Don del Cielo. Algunos de Mis apóstoles pensaron que como discípulos elegidos, ellos eran mejores que la gente ordinaria porque estuvieron cerca de Mí y que otros deberían automáticamente caer a sus pies. Pero, por supuesto, esto no es lo que les enseñé. Mi Madre pasó muchas largas horas explicándoles cómo el orgullo puede impedir al Espíritu Santo entrar en sus almas.
Cuando el Espíritu Santo entra en un alma, trae consigo muchos Dones. Puede ser el Don de conocimiento, el Don de lenguas, el Don de sabiduría, el Don de amor, el Don de sanación o el Don de profecía. En el caso de Mis apóstoles, pronto se dieron cuenta que, tan pronto como recibieron este Don no podían nunca permitir al pecado del orgullo mancillar su Misión posteriormente. Porque tan pronto como el orgullo interviene en una persona, quien ha recibido el don del Espíritu Santo, el Espíritu de Dios desaparece y en su lugar residirá el espíritu de las tinieblas.
Un alma en tinieblas no puede derramar la Luz del Espíritu Santo sobre otros. Solo puede propagar oscuridad. La oscuridad del espíritu engaña a otros. Es particularmente engañoso cuando viene de alguien quien parece ser un discípulo santo o un experto en Mis Enseñanzas. Todos esos resultados son odio, ansiedad y un sentido de desesperanza.
Para recibir el Don del Espíritu Santo, vuestras almas deben ser purificadas y libres del pecado de orgullo, en caso contrario nunca se os otorgará. Cuando el Espíritu Santo está presente, se esparcirá como fuego y reproducirá la Palabra de Dios en muchas lenguas. Traerá consigo la sanación de mente, cuerpo y espíritu y lo traerá con la sabiduría, la cual solo puede venir de Dios. El Espíritu Santo difundirá conversión mundialmente.
Estos entonces serán los frutos por los cuales conoceréis si el Espíritu Santo está presente. La abundancia de cada Don posible, incluyendo milagros del Cielo, ahora han sido manifestados en el Libro de la Verdad para el bien de todos – El Libro prometido a la humanidad entera para estos tiempos. Aceptádlo con corazón amable y dadle gracias a Dios por uno de los últimos regalos del Cielo antes del Gran Día.
Vuestro Jesús
Leer más: http://m.elgranaviso-mensajes.com/news/a18-may-2013-cuando-el-espiritu-santo-esta-presente-se-esparcira-como-fuego-y-reproducira-la-palabra-de-dios-en-muchas-lenguas/