
De los trece obispos asesinados por militantes del PSOE, del PCE y por anarquistas de la FAI-CNT durante nuestra contienda de 1936-39, dos fueron los de Almería y Guadix; Mons. Diego Ventaja Milán, de 56 años de edad, y Mons. Manuel Medina Olmos, de 69 años, respectivamente. Ambos fueron asesinados en el mismo momento y lugar que siete Hermanos de las Escuelas Cristianas de Almería.
D. Diego Ventaja había tomado posesión de la diócesis de Almería el 16 de Julio de 1935, y D. Manuel Medina se había hecho cargo de la de Guadix el 30 de Noviembre de 1928.
El 21 de Julio de 1936 una turba de milicianos registraba el palacio episcopal de Almería, situación que logró controlar el obispo. Pero el 24 del mismo mes, tres miembros del Comité Revolucionario almeriense, compuesto por militantes del PSOE y del PCE, se presentaron armados de nuevo en el palacio episcopal deteniendo a D. Diego; se daba la circunstancia de que había llegado a dicha ciudad el día 15 procedente de Granada –donde si se hubiera quedado muy posiblemente habría salvado la vida–, deseoso de estar con sus feligreses en momentos tan difíciles preocupado por la situación tras el asesinato de Calvo Sotelo. Una vez detenido le condujeron al cuartel de la Guardia de Asalto. Tras negarse a abandonar la diócesis, como le exigían los milicianos, le impusieron quedar confinado en la casa del vicario general.
El día 25, según declaración original y firmada que se conserva, dos ingenieros británicos que trabajaban en las minas de Almería se encontraron con el obispo, al que conocían, por la calle, cuando dichas personas iban camino del puerto para embarcarse en un destructor británico allí anclado cuyo comandante tenía orden de llevarse a todos los súbditos de dicha nacionalidad. Los ingenieros insistieron al obispo que fuera con ellos y escapara de situación tan poco segura como la que se vivía en la ciudad, preguntándole si sabía “…que los sacerdotes estaban siendo cazados y asesinados por la chusma.”, a lo que contestó “Desde luego, pueden destruir este cuerpo, pero no pueden hacerme daño”.
El 27 de Julio, habiéndose negado días antes D. Manuel, obispo de Guadix, a refugiarse en la cercana Granada, se presentaban en el palacio episcopal dos Cabos del regimiento de ametralladoras de guarnición en la ciudad, dos Carabineros y dos paisanos, más el alcalde y un hijo de éste, todos ellos militantes del PSOE. Tras registrar el edificio haciendo gala de una violencia innecesaria, procedieron a cachear al obispo con la misma brutalidad que habían demostrado contra los muebles, enseres y objetos sagrados de culto, arrancándole el anillo, la cruz pectoral y rasgándole la sotana. Terminada dicha operación, y con tres sacerdotes más, fue introducido en un vehículo que llevó a todos a la estación de tren y de allí por ferrocarril, en un vagón de los utilizados para transportar ganado, a Almería, donde fueron a dar con sus huesos en la casa del vicario donde ya se encontraba el obispo de tal ciudad y varios Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Todo lo anterior se hizo con pleno conocimiento y autorización de las autoridades civiles, alcaldes y gobernadores, tanto de Almería como de Guadix.
En la casa del vicario todos los detenidos se organizaron para intensificar las horas de oración y meditación.
El 5 de Agosto la casa fue asaltada por una turba de milicianos que sacaron a la calle a los obispos y sacerdotes organizando con ellos un desfile callejero para que la multitud allí congregada pudiera insultarles y volcar sobre ellos toda clase de improperios y procacidades, así como de agresiones físicas. Llegados a la comisaría de policía fueron devueltos a la casa vicarial.
El día 12 fueron trasladados en automóvil al convento de las Adoratrices donde quedaron internados.
El 24 de Agosto un policía les visitaba exigiéndoles que renunciaran a su “condición de huéspedes” para pasar a ser considerados “detenidos”, lo que hicieron los obispos.
Tras ello, los dos obispos fueron trasladados a otro edificio donde permanecerían con otros detenidos civiles, obligándoseles a vestir de paisano, siendo tratados igual que aquellos.
El 27 de Agosto los dos obispos, más 40 sacerdotes y medio centenar de paisanos, fueron trasladados en camiones al puerto, siendo internados en las bodegas del barco-prisión Astoy Mendi, donde como puede imaginarse las condiciones de salubridad era deplorables. Por testigos se sabe que a los dos obispos les trataron si cabe peor que al resto de presos, obligándoles a baldear la cubierta, a limpiar las letrinas y a fregar los camarotes.
El día 28 fueron trasladados al acorazado Jaime I, donde la marinería amotinada se ensañó especialmente con los prelados intentando obligarles pistola en mano a que blasfemaran –lo que no consiguieron–, obligándoles a servirles la mesa y cargar el carbón de la bodega, todo ello entre insultos, escupitajos y agresiones físicas, tras de lo cual los devolvieron al Astoy Mendi.
El día 29 se confecciona una relación con los nombres de los obispos y sacerdotes, anunciándoles que era para ser trasladados en breve de nuevo al convento de las Adoratrices.
El 30 de Agosto unas diecisiete personas –los dos obispos, varios sacerdotes y algún paisano– fueron subidas a un camión y llevadas al kilómetro 93 de la carretera que de Almería va a Motril y Málaga. Hechos descender del vehículo, se les hizo caminar hasta el paraje conocido como “Chismes”, internándoseles por el barranco del mismo nombre. Puestos en fila, se produjo un brevísimo intercambio de palabras entre uno de los milicianos y el obispo de Almería. Aquél le espetó “Ahora te pesará ser obispo”, a lo que éste contestó “Ser o no ser obispo, nunca me ha interesado; pero lo que no me la pesado es ser sacerdote”.
Fue entonces el obispo de Guadix el que dirigió unas palabras al piquete de milicianos ya formado “No hemos hecho nada que merezca la muerte, pero yo os perdono para que el Señor también os perdone. Que nuestra sangre sea la última que se derrame en Almería”. De inmediato sonó la descarga fatal.
Los cuerpos de todos los asesinados fueron rociados con gasolina y quemados. Abandonados durante algunos días, fueron finalmente sepultados por campesinos de la zona, gracias a los cuales una vez finalizada la contienda pudieron ser exhumados.
Paco Bendala Ayuso