
Al Beato Juan de Mantua le fue concedido mudar el agua en vino para conseguir la conversión de un incrédulo. (del MAYOR TESORO LA SANTA MISA, por D. Luis J. Chiavarino, Pbro.)
En cada Misa, Jesús nace de nuevo en el altar en las manos del sacerdote, e incruentamente, esto es, sin derramamiento de sangre; se sacrifica realmente por nosotros, para dar a Dios, en nombre nuestro, el honor debido; para procurarnos, mediante nuestro arrepentimiento, el perdón de los pecados; para pagar, con nuestra cooperación, las deudas que tenemos con Dios, y para obtenernos todas las gracias; para aplicarnos, en suma, el fruto de su pasión y muerte.
Dudaba de esta verdad uno que, encontrándose con el Beato Juan de Mantua, le preguntó cómo las palabras de un sacerdote podían transmutar la sustancia del pan en el Cuerpo de Jesucristo y la sustancia del vino en su Sangre.
-Ven –le dijo el Beato Juan.
Y lo condujo a una fuente, de la que tomó un vaso de agua y se la dio a beber.
Maravillóse aquel de ver el agua cambiada en vino, y, cuando la hubo bebido, confesó que, en su vida, nunca había gustado vino tan delicado. Entonces el Santo añadió:
-Si por mí, hombre miserable, se ha convertido el agua en vino, por divina virtud, ¿cuánto mejor debe creerse que, por medio de las palabras divinas, se conviertan el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesucristo?
Esto bastó para convertir a aquel hombre, que creyó e hizo penitencia de su pecado.
Pues yo os digo: Si Dios puede hacer tantos milagros, ¿por qué no podrá hacer el de estar presente realmente en la Santa Misa? No dudemos de esta verdad: Dios lo puede todo, y cada día y en cada Misa, por medio del sacerdote, hace este gran milagro.