
Recientemente la Santa Sede ha comunicado oficialmente la finalización de la fase diocesana de la causa de beatificación del padre Jacques Hamel, asesinado hace casi dos años por el estado islámico mientras celebraba el santo sacrificio del altar en su parroquia de Normandía, Francia.
Se convirtió en el primer sacerdote mártir del continente europeo al ser degollado brutalmente por dos terroristas islámicos que grabaron cruelmente el vídeo de la decapitación.
Antes le habían obligado a ponerse de rodillas mientras musitaban unos rezos en lengua árabe. Los terroristas irrumpieron en la iglesia amenazando con aniquilar por completo el cristianismo en Europa para implantar a la fuerza la sharia y e imponer el califato universal.
Tratándose de una caso excepcional el Papa concedido la dispensa necesaria para empezar el proceso de beatificación al poco de su muerte.
El padre Jacques era un buen hombre de paz, pero «fue asesinado como si fuera un criminal», aseguró el Papa el 14 de septiembre de 2016. El pontífice estaba convencido de su martirio y pidió oraciones buscando su intercesión. Lo puso «como ejemplo de sacerdote manso y humilde y con valor de anunciar el Evangelio. Asesinar en nombre de la divinidad es algo inspirado por Satanás».
¿Martirio o castigo?
Dos militantes mahometanos degollaron, en la iglesia parroquial de Saint-Étienne-du-Rouvray, Normandía, a un sacerdote, el Padre Jacques Hamel.
No hace falta decir que se trata de un crimen horrible, muchos bautizados se han preguntado si no se podía hablar de martirio, en el sentido estricto y “canónico” del término. Sin embargo, los testimonios sobre la vida y el ministerio del anciano sacerdote francés, hablan de otra cosa.
El Padre Hamel, como todos los fieles del Vaticano II, estaba activamente comprometido en el “diálogo interreligioso” con los negadores de la Santísima Trinidad y de la divinidad de Cristo.
Y la “misa” que la víctima celebraba era la misa reformada, que el fundador de la FSPX llamaba, con razón, la “Misa de Lutero”.
A menos que nos convirtamos en seguidores del “Ecumenismo del martirio” Bergogliano, no se puede reconocer en un modernista, incluso si fue matado en cuanto cristiano, a un “mártir de la fe”, especialmente en el sentido estricto y canónico.
El mártir de hecho da testimonio por la sangre, de la Verdad y de la Fe profesada durante su vida y en el momento de su muerte.
Los Padres de la Iglesia han negado siempre el carácter de mártires a los bautizados herejes o cismáticos, aunque sufriesen y muriesen como cristianos.
La ignorancia invencible (no culpable) puede librar de pecado (formal) al que cae en el error contra la fe, pero no puede hacer de él un testigo de la verdad.
Entonces uno puede preguntarse si lo que pasó, y lo que tal vez vuelva a suceder (Dios no lo quiera), no es más bien un castigo, no tanto en lo que respecta a la persona misma, sino respecto del modernismo, por su complacencia impía con los enemigos de la divinidad de Jesucristo y de la fe en la Santísima Trinidad.
El Señor advierte: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis”. Estas palabras hacen temblar, si pensamos que no se la ha escuchado, para obtener frutos palpables en todo el mundo, la invitación a la penitencia, la advertencia del Señor de castigos, si no se abandona el espíritu apóstata de la declaración Nostra ætate.
¡Todo lo contrario! , unos musulmanes fueron invitados a predicar en las iglesias católicas profanadas de Francia e Italia!
Ningún católico, que quiera salvarse y no perecer por toda la eternidad, puede seguir a aquellos que creen que no tiene importancia —al menos de hecho— creer o no creer en la divinidad de Cristo y en la Santísima Trinidad.
¡Qué Dios nos salve, qué salve del modernismo la fe de los católicos, y nos salve del justo castigo con que el Señor castiga y castigará la ofensa hecha a su Nombre!.
El presbítero Hamel había donado en el año 2000, tierras de la histórica iglesia católica en Saint-Etienne-du-Rouvray, Francia, a los Islamistas, para construir sobre ella la mezquita de Yahya. Así pues, el presbítero había cometido un pecado mortal de pública blasfemia. Irónicamente, una vez más, fue en esa misma mezquita en la que se radicalizó el asesino del presbítero.
La mezquita fue construida junto a la iglesia antes católica, ahora convertida en “iglesia” del anticatólico Novus Ordo. Siguiendo su ” acogida” el presbítero también permitió a los islamistas utilizar el salón parroquial y otras instalaciones durante el período del despreciable Ramadán. Se dice que Hamel, mantenía una “estrecha relación con el imán” de la mezquita. Al final, el desafortunado presbítero no pareció bueno a los infieles, que rajaron su garganta por su “ecumenismo”.
La desaparición del presbítero Hamel está llena de ironía. Cometió el pecado mortal de blasfemia, incluída en el pecado mortal de sincretismo, y murió a manos de un islamista que se había radicalizado en la mezquita para la que el presbítero blasfemamente había donado la tierra, robada a la Iglesia Católica. En lugar de rendirse a los islamistas, el presbítero debió tratar de convertirlos al catolicismo. Sin duda, Hamel no fue “mártir”. Ni siquiera era un sacerdote católico, sino solamente un presbítero de la Nueva Iglesia. No podría convertir a los islamistas a la fe católica que él mismo no poseía. Y esa es la verdadera ironía de l’affaire de Jacques.
Jeanne, coincido contigo en un 90%. Bendiciones y oraciones por la perseverancia y fidelidad a la Santa Doctrina Católica.