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La sociedad hedonista, que no quiere saber nada de Dios, se autoengaña queriendo evitar el tema tabú de la muerte, del que no se habla en ningún sitio. No es políticamente correcto hablar de las postrimerías. Al igual que el avestruz el hombre moderno mete la cabeza en tierra y no quiere ver la muerte, que seguro que viene, antes o después, tan callando como decía el poeta.

Siempre me llamó la atención la siniestra costumbre de algunas funerarias de velar a los muertos como si estuviesen vivos, con un look deportivo y juvenil si son jóvenes o vestidos de manera elegante y en posición de jugar a las cartas si son gente mayor. ¿Puede haber mayor locura y necedad que querer rebelarse contra lo inevitable?

Además es una falta de respeto enorme a Dios, creador de la vida como algo sagrado y al difunto y ultrajar su memoria al vestirlo de motociclista o de boxeador y ponerlo o apoyarlo de tal forma que se sostenga en pie. Y esto es así por mucho que ese fuese el expreso deseo del difunto.

Nada de motivos religiosos, de imágenes de la Virgen, que sale al encuentro de los moribundos, de San José patrono de la Buena Muerte, de Cristo, Camino, Verdad y la Vida. Es el culto a la inmanencia sin un resquicio para la trascendencia.

Es también un síntoma de la profunda decadencia de la sociedad, de un hombre que va sin rumbo, sin conocer para que está en este mundo y sin esperanza de la vida eterna.

Es lo más contrario a la manera católica de afrontar la muerte, velando el cuerpo en silencio y con total respeto, rezando oraciones por él, a la espera de la Misa del funeral. Y después ofreciendo Misas por él.

Afortunadamente esta excentricidad macabra de momento es un hecho muy marginal. Esperemos que no se ponga de moda.