
Nos recuerda el Catecismo que el uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. Fuera de los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.
Sin embargo el consumo de cannabis, especialmente entre los jóvenes, aumenta cada año en las sociedades post modernas de manera vertiginosa, pues se ha convertido en una moda. Cada vez son más los jóvenes que suelen ser habituales fumadores de cannabis, (popularmente fumar un porro). Algo que hace años era mucho más minoritario, se está convirtiendo en una práctica habitual en nuestras sociedades. Cada vez está mejor visto socialmente y cada vez empiezan los jóvenes a fumar a una edad más temprana.
De hecho nos hemos acostumbrado y lo vemos como normal. Basta pasear por determinadas zonas de las ciudades y podemos percibir ese olor tan característico. La laxitud moral de las sociedades y la permisividad de las leyes hacen que esta moda se extienda como un reguero de pólvora.
Incluso proliferan los clubs de fumadores y ya la sociedad lo ve como algo perfectamente normal, incluso como un símbolo de libertad y progreso.
Sin embargo, aparte del desorden moral, lo que no se suele decir son las terribles consecuencias de esta droga para la salud. El cannabis está relacionado con los trastornos mentales, incluidos los más graves como son los trastornos psicóticos. A mayor consumo, mayor riesgo de padecer un trastorno psiquiátrico.