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Los ocultos y venerables misterios de este capítulo corresponden a otros muchos que en todo el discurso de esta Historia he tratado o insinuado. Uno de ellos es, que Lucifer y sus demonios en el discurso de la vida o milagros de nuestro «Salvador nunca pudieron acabar de conocer con firmeza infalible que su Majestad era Dios verdadero y Redentor del mundo, y por consiguiente tampoco conocían la dignidad de María Santísima. Así lo dispuso la providencia de la divina Sabiduría, para que más convenientemente se ejecutase todo el misterio de la Encarnación y Redención del linaje humano. Y para esto, aunque Lucifer sabía que Dios tomaría carne humana, ignoraba el modo y circunstancias de la Encarnación; y como de ellas le consintieron hiciese el juicio conforme su soberbia, por eso anduvo tan alucinado; ya afirmando que Cristo era Dios, por los milagros que hacía, ya negándolo, porque le veía pobre, humillado, afligido y fatigado. Deslumbrándose el dragón con esta variedad de luces, perseveraba en la duda y en las pruebas o inquisición hasta la hora determinada de la cruz, donde conn el conocimiento de los misterios de Cristo había de quedar juntamente desengañado y vencido, en virtud de la pasión y muerte que a su humanidad santísima le había procurado.

Ejecutóse este triunfo de Cristo nuestro Salvador con modo tan alto y admirable, que yo me hallo insuficiente y tarda para explicarlo; porque fue espiritual y oculto a los sentidos, con que se ha de declarar. Para decirlo y entenderlo, quisiera yo que nos habláramos y noticiáramos unos a otros, como hacen los Ángeles con aquella simple locución y vista con que se entienden, que tal como esta es necesaria para manifestar y penetrar esta gran maravilla de la omnipotencia divina. Yo diré lo que pudiere, y la inteligencia será con la ilustración de la fe, más que significaren mis palabras.

En el capítulo precedente queda dicho (1) como Lucifer con sus demonios intentaron desviarse de Cristo nuestro Salvador y arrojarse al infierno, luego que su Majestad recibió la cruz sobre sus sagrados hombros; porque en aquel punto sintieron contra sí el poder divino, que con mayor fuerza los comenzaba a oprimir. Con este nuevo tormento reconocieron (permitiéndolo así el Señor) que les amenazaba gran ruina con la muerte de aquel Hombre inocente que ellos habían maquinado, y que no era puro hombre. Y deseaban retirarse, y no asistir más a los judíos y ministros de justicia, como lo habían hecho hasta aquella hora. Mas el poder divino los detuvo y encadenó como a dragones ferocísimos, compeliéndoles, por medio del imperio de María santísima, para que no huyesen, sino que fuesen siguiendo a Cristo hasta el Calvario. El extremo de esta cadena se dio a la gran Reina, para que con las virtudes de su Hijo santísimo los sujetase y argollase. Y aunque muchas veces forcejaban intentando la fuga, y despedazándose de furor, no pudieron vencer la fuerza con que la divina Señora los detenía, y obligaba a llegar al Calvario y rodearse a la cruz , donde les mandó estuviesen inmóviles hasta el fin de tan altos misterios como allí se obraban, de remedio para los hombres, y ruina para los demonios.

Con este imperio estuvo Lucifer con sus cuadrillas infernales tan oprimidos de la pena y tormento que sentían con la presencia de Cristo nuestro Señor y su Madre santísima, y de lo que les amenazaba, que les fuera alivio arrojarse en las tinieblas del infierno. Y como no les era permitido, se pegaban y revolcaban unos con otros como un hormiguero alterado, y como sabandijas que temerosas se procuran esconder en algún abrigo, aunque el furor rabioso que padecían no era de animales, sino de demonios más crueles que dragones.

Mística Ciudad de Dios

Sor María Jesús de Agreda