
La Virgen revela a Sor María de Agreda como los hombres huyen de la cruz y los males que ello acarrea
Hija mía, quiero que ponderes y penetres más los misterios que has escrito, y los levantes de punto en tu estimación para el bien de tu alma, y llegar en alguna parte a mi imitación. Advierte, pues, que en la visión de la Divinidad, que yo tuve en esta ocasión que has dicho, conocí en el Señor la estimación que su voluntad santísima hacía de los trabajos, pasión y muerte de mi Hijo, y de todos aquellos que le habían de imitar y seguir en el camino de la cruz. Con esta ciencia no solo le ofrecí de voluntad para entregarle a su pasión y muerte, sino que supliqué al muy alto me hiciera compañera y partícipe de todos sus dolores, penas y pasión, y me lo concedió el eterno Padre. Después pedí a mi Hijo y Señor que desde luego careciese yo de sus regalos interiores, comenzando a seguir sus pasos de amargura; y esta petición me inspiró el mismo Señor, porque así lo quería, y me obligó y enseñó el amor. Estas ansias de padecer y el que me tenía su Majestad como Hijo y como Dios, me encaminaban a desear los trabajos; y porque me amó tiernamente me los concedió; que a los que ama, corrige y aflige (1); y a mí como a Madre quiso no me faltase este beneficio y excelencia de ser en todo semejante a él, en lo que más estimaba en la vida humana. Luego se cumplió en mí esta voluntad del Altísimo, y mi deseo y petición, y carecí de los favores y regalos que solía recibir, y no me trató desde entonces con tanta caricia; y esta fue una de las razones por que no me llamó Madre, sino mujer, en las bodas de Caná y al pie de la cruz (2), y en otras ocasiones que me ejercitó con esta severidad, negándome las palabras de caricia; y estaba tan lejos de ser esto desamor, que antes era la mayor fineza de amor hacerme su semejante en las penas que elegía para sí, como herencia y tesoro estimable.
De aquí entenderás la común ignorancia y error de los mortales, y cuán lejos van del camino y de la luz, cuando generalmente, casi todos, trabajan por no trabajar, padecen por no padecer, aborrecen el camino real y seguro de la cruz y mortificación. Con este peligroso engaño, no sólo aborrecen la semejanza de Cristo su ejemplar y la mía, y se privan de ella, siendo el verdadero y sumo bien de la vida humana; pero junto con esto se imposibilitan para su remedio, pues todos están enfermos y dolientes con muchas culpas, y su medicina ha de ser la pena. El pecado se comete con torpe deleite, y se excluye con el dolor penal, y en la tribulación los perdona el justo Juez. Con el padecer amarguras y aflicciones se enfrena el fomes (Causa que excita y promueve algo. –Diccionario RAE-) del pecado; se quebrantan los bríos desordenados de las pasiones concupiscible e irascible; humíllase la soberbia y altivez, sujétase la carne; diviértese (desviar) el gusto de lo malo, sensible y terreno, desengáñase el juicio; morigérase (Templar o moderar los excesos de los afectos y acciones) la voluntad; y todas las potencias de la criatura se reducen a razón, y se moderan en sus desigualdades y movimientos las pasiones; y sobre todo se obliga el amor divino a compasión del afligido que abraza los trabajos con paciencia, o los busca con deseo de imitar a mi Hijo santísimo. En esta ciencia están recopiladas todas las buenas dichas de la criatura; y los que huyen de esta verdad son locos, los que ignoran esta ciencia son estultos.
(1) Proverbios 3, 12; (2) Juan 2, 4; 19, 26.