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La inmigración invasiva de musulmanes es un gran peligro para la civilización católica. Una invasión no tan silenciosa ni tan pacífica que pone en jaque la seguridad ciudadana creando muchos más problemas y conflictos. Los islamistas radicales hablan directamente de reconquistar la península ibérica y nosotros les ponemos alfombra y les damos todo tipo de ayudas, que ni los mismos españoles reciben.

Bruno Navarro es militar en excedencia, director de seguridad y analista en seguridad y defensa. Conferenciante y asiduo en los medios analiza el problema de los MENAS y de la inmigración musulmana en general, cada vez más difícil de controlar.

¿Cuál es el motivo y quién está detrás de que vengan tantos MENAS últimamente?

Como con el resto de inmigrantes ilegales, son las mafias de tráfico de personas las que traen de origen a los menores extranjeros no acompañados (MENAS). La diferencia estriba en que estos niños y adolescentes tienen más posibilidades de caer, una vez en España, en manos de mafias de explotación laboral y sexual. Y está ocurriendo, incluso en los mismos centros de menores.

Las motivaciones son en unos casos el deseo de mejorar sus condiciones de vida (el clásico inmigrante socio-económico), pero en muchos otros es la obsesión por llevar una vida fácil y cómoda (efecto llamada) e incluso entregada a un lujo que creen que encontrarán aquí, y en otros, en fin, el placer de separarse de sus familias para llevar una existencia en “libertad”, sin sujeción a límites, condiciones, responsabilidades o respeto.

Sin ninguna obligación y referencia, muchos de ellos suelen delinquir.

Claro, y no sólo ese gran número que ya llega con la mentalidad de poder ilimitado que hemos mencionado, sino también muchos otros que llegan con el alma limpia y acaban delinquiendo a fuerza de no tener esa referencia que dices (sus padres), de convivir en los centros de menores, de tener que demostrar su dureza y de dejarse influenciar para formar parte del grupo.

Y es un peligro para la ciudadanía.

Desde luego. Hay muchos MENAS que están libres de crímenes y actúan con buenos sentimientos, pero como hemos dicho en muchos otros casos se mueven guiados por la ley del más fuerte, delinquiendo en los barrios donde están ubicados los centros de menores. Las drogas están muy presentes y agravan el fenómeno delincuencial.

La gente está cada vez más harta.

Así es, se está rompiendo el mantra de que la crítica a esta situación es racismo o xenofobia. Esto ya no convence a la mayoría, y son cada vez más las voces que se alzan denunciando esta situación y a un tipo de inmigración que no aporta nada. La inmigración ilegal masiva es muy perjudicial para España en todos los órdenes, y pese al silencio mediático ese velo se va rompiendo y los ciudadanos ya saben lo que está pasando. A ello ayuda la realidad vivida o conocida de los altercados en tantos barrios, las batallas campales contra la policía, los robos y asaltos, el miedo de andar por la calle, las violaciones en manada…

La retirada de la concertina de la valla es un acto de buenismo con el invasor, sólo falta ponerles alfombra.

Así es. La concertina es un elemento eficaz y disuasorio, que sólo daña cuando se está delinquiendo. También es cierto que por sí sola no es suficiente, como lo demuestran las cifras de éxitos en los asaltos masivos a las vallas de Ceuta y Melilla. Y es que la valla está en mal estado en muchos tramos críticos, los agentes de la autoridad no disponen del número de efectivos y de los medios adecuados, y las leyes impiden expulsar en caliente en la mayoría de los casos. Aunque esto último ya está cambiando y el año pasado se aplicó una norma entre España y Marruecos desempolvándola del olvido, que permitió una devolución masiva en caliente. Esperemos que se repita y sea la norma más que la excepción.

Pero volviendo a la concertina, afortunadamente no se trata de quitarla sin más, sino de sustituirla por otros elementos que hagan la valla más efectiva a la par que menos cruenta. Al menos eso afirma el Ministro del Interior, Grande-Marlaska, pero está por ver que el elevar la altura de la valla hasta los 10 metros (agravando con ello las consecuencias de caerse desde lo alto), instalar ingeniosos dispositivos para evitar que sea sorteable por arriba o mejorar las cámaras de vigilancia, sean medidas tanto o más efectivas. El tiempo lo dirá.

Es un escándalo, al igual que las ONG que favorecen la inmigración ilegal.

Y hay que decirlo alto y claro. Aunque motivados por el deseo de ayudar, su buenismo irresponsable les hace cooperar directa o indirectamente con las mafias y son la principal causa del aumento exponencial de este tráfico. En unos casos (los menos) trabajando en común acuerdo con los traficantes y organizando “rendez-vous” en coordenadas y horarios convenidos. Pero incluso las ONG que no tienen lazos directos con las mafias y los buques militares de la Operación Sophia de la Unión Europea, igualmente responsables a su pesar, actúan como naves nodriza de recogida. Los traficantes ya no necesitan embarcaciones grandes, costosas y equipadas para alta mar, les bastan unas chalupas con las que salir de las aguas territoriales de origen e informar de su presencia, provocando el inmediato rescate en cumplimiento del deber de socorro. Esta es una situación demencial que sólo Italia y Malta han atajado con determinación. Resultado: el tráfico se ha movido hacia España ya que nuestro buenismo suicida sigue inasequible al desaliento.

Y sólo en Cataluña hay más de 100 asociaciones islamistas subvencionadas.

El problema del islamismo se da en toda España. Con 2 millones de musulmanes (4% de la población), hace mucho que sobrepasamos el límite de lo integrable. La integración no puede funcionar ni funciona con estas cifras, que además van en aumento. A esto hay que añadir que la religión y cultura con la que vienen (y con la que nacen aquí y se educan las segundas y terceras generaciones) es muy diferente e incluso opuesta a la autóctona, a la que en muchos casos pretenden sustituir cuando los números o la fuerza se lo permitan.

Pero es cierto que es Cataluña el lugar donde esa proporción es más grande, y no es casualidad. En su deseo de acabar con todo rastro de lengua española, los sucesivos gobiernos catalanes (tanto autonómicos como municipales) han visto con mejores ojos la llegada de inmigrantes no hispanohablantes. Así, han realizado tales políticas de acogida y subvención a las comunidades musulmanas, que el efecto llamada ha sido mayor que en el resto del país. No es casualidad, por lo tanto, que el primer atentado islamista organizado desde el 11M haya ocurrido en Barcelona. Cuanta mayor proporción, mayor facilidad para radicalizarse y para organizar una célula sin ser detectados.

Y paradójicamente cuando los españoles protestan lo llaman racismo y están más perseguidos que los propios inmigrantes ilegales.

Sí, esto es un clásico efecto del totalitarismo de las izquierdas impregnando a toda la sociedad, de un extremo a otro, creando verdades únicas para cada asunto político-social (inmigración, homosexualismo, feminismo, aborto…) y grabando en las mentes, a fuerza de anti-educación y propaganda sostenidas, que hay quepensar así, que es lo único bueno y que si no se piensa así es mejor callarse por vergüenza o por miedo. ¡Incluso cuando esas “verdades” son antinaturales y contrarias al sentido común! Pero afortunadamente esto está cambiando y cada vez más gente se atreve a romper el dogma de la corrección política y a llamar a las cosas por su nombre.

¿Y por qué las izquierdas están volcadas en la inmigración masiva? Pues porque es un medio de conseguir la multiculturización, palabro que enmascara el deseo íntimo de destruir la propia cultura por ser ésta cristiana. Así de claro. No es que les agrade el Islam, con su religiosidad y su discriminación a la mujer, pero odian más al catolicismo y éste es su primer objetivo. Después, ya se verá.

Y en vez de controlar las mezquitas, hacen la vista gorda con el consiguiente peligro de que proliferen células terroristas y atentados.

Efectivamente, ése fue el caso del atentado de Las Ramblas, donde el jefe de la célula, que además fue su radicalizador y reclutador, era precisamente el imán de esos jóvenes. Pero la verdad es que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad están cada vez más volcados en la vigilancia de las mezquitas y las leyes actuales permiten la expulsión de imanes radicales. Y se están produciendo expulsiones. Lo que ocurre es que no es nada fácil esta labor, no sólo porque hay numerosísimas mezquitas ilegales fuera del radar de la policía, sino porque la radicalización en las mezquitas legales no se suele producir en público, sino por la “puerta de atrás”, una vez el imán ha identificado entre sus feligreses a aquellos susceptibles de convertirse en buenos yihadistas.

En todo caso, a largo plazo la perspectiva no es buena. Con una población de 2 millones aumentando año tras año en número y proporción, las comunidades musulmanas son cada vez más amplias y estancas, con más barrios y mezquitas, mientras que las fuerzas de seguridad mantienen el mismo número al no poder crecer más. No se puede tener a la mitad de la población vigilando a la otra mitad. Y a mayor número de musulmanes, mayor número de yihadistas (pura estadística) y mayor dificultad para identificarlos, localizarlos y evitar sus atentados.