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Tanto como premia Dios a los que oyen o hacen decir Misas por sus difuntos, así castiga a los que faltan a este sagrado deber.

Si alguno de vosotros fuese –dice San Leonardo- de aquella raza de avarientos que no sólo faltan a la caridad no oyendo jamás Misa por aquellas pobres almas, sino que, conculcando todo deber de justicia, rehúsan satisfacer los legados de Misas que les dejan en testamento: ¡oh!, ¿qué diré a los tales? ¡Lejos, que sois peores que el demonio!, porque los demonios atormentan a las almas condenadas, pero vosotros atormentáis a las predestinadas. Sois peores que los bárbaros, porque los bárbaros se encruelecen contra los enemigos, y vosotros sois crueles para con vuestro padre, vuestra madre y los amigos de Dios. ¡No!, para vosotros no hay confesión que valga, ni absolución que os aproveche, mientras no hagáis penitencia de tan gran pecado satisfaciendo puntualmente todas las obligaciones que tenéis para con vuestros difuntos.

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No se alegue la excusa de que “no hay…, no se puede”. Para vuestro contrato y tráfico, y negocios, y diversiones, y lujos, y hasta para cometer pecados, “sí hay y sí se puede”, y para satisfacer las deudas con los pobres difuntos, ¿no hay, no se puede? Acordaos de que si en la tierra no hay quien os pida cuenta, habéis de dársela en firme a Dios. Devorad las mandas de los difuntos; pero sabed que con vuestra crueldad e injusticias para con las almas del Purgatorio irritáis a Dios y acumuláis sobre vosotros desgracias, como dice la Escritura: desgracias en la salud, en la hacienda, en el honor, y ruina de toda especie en este mismo mundo. Multiplicata est in eis ruina (Ps., 105, 29). ¿Y después? Después de una vida desgraciada, caeréis en las manos de Dios, por quien seréis juzgados sin misericordia a causa de vuestras crueles injusticias, en especial con los difuntos: Iudicium sine misericordia illi qui non fecit misericordiam (Jc., 2, 13).

No estoy para traeros aquí casos particulares de ruinas y desgracias gravísimas de casas y familias que no han satisfecho las obligaciones con sus difuntos. Volved los ojos por ciudades y países, y ved cuántas familias dispersas, casas arruinadas, fortunas disipadas, negocios en quiebra, trabajos suspendidos. ¿Cuál es la causa?

Si se quisiera ir a fondo, ésta se hallaría en la crueldad que se usa para con los pobres difuntos, en el olvido de los legados píos. Pero estos son sólo castigos temporales; castigos más graves reserva Dios para la otra vida, y con frecuencia permite que sean los tales pagados con la misma moneda por sus sucesores.

En las crónicas franciscanas se lee que un hermano se apareció después de muerto a un compañero suyo, y le manifestó las penas acerbísimas que sufría en el Purgatorio por haber sido descuidado con los difuntos, y que hasta entonces nada le habían ayudado ni el bien que le habían hecho ni las Misas celebradas en su sufragio, porque Dios, en pena de su negligencia, las había aplicado a otras almas. Esto dicho, desapareció.

¡Oh! Permitid que otra vez os suplique queráis de ahora en adelante tener toda premura y diligencia en sufragar a las almas del Purgatorio, y a la vez pagar vuestras deudas a la Divina Justicia, en especial, por medio de la Santa Misa y de la Sagrada Comunión; pero, sobre todo, que seáis solícitos en satisfacer los legados en favor de las almas del Purgatorio, aunque sea a costa de sacrificios.

1 Comentario

  1. Todos los días, cuando me acuesto, rezo por mis seres queridos, que ya no están: padres, hijo, abuelos, etc.
    Creo es un deber cristiano.
    Como decía mi madre: «Hijo, no me traigas flores al cementerio. Prefiero que reces por mí».
    Pues eso hago, mamá.Y el Día de Todos los Santos, por supuesto os llevo flores, como es una tradición católica.

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