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Diálogos de Santa Catalina de Siena

Los frutos de este árbol que dan muerte son tan diversos como los pecados. De donde mira algunos que son manjar de las bestias, y estos son los que viven brutalmente haciendo de su cuerpo y alma como quien se revuelca en el lodo de la carnalidad. ¡Oh alma embrutecida! ¿Dónde has dejado tu dignidad? Tú te habías hecho hermana de los Ángeles, y ahora te has hecho animal irracional.

A tanta miseria se ven reducidos los pecadores, que sin embargo de ser por mí sostenidos, que soy la suma pureza, pero aún los demonios, de quienes ellos se hicieron siervos y amigos, no pueden ver cometer tal brutalidad. No hay ningún pecado que sea tan abominable, ni que tanto quite la luz del entendimiento al hombre como éste.

Los filósofos antiguos conocieron esto mismo, no por la luz de la gracia, que esta no la tenían, sino porque la naturaleza les suministraba esta luz, a saber, que el pecado deshonesto ofuscaba el entendimiento, y por esto se conservaron en castidad y continencia para estudiar mejor. Y aún arrojaban de sí las riquezas, para que no les ocupase el corazón el pensamiento de ellas. No lo hace así el ignorante y falso Cristiano, el cual ha perdido la gracia por la culpa.