
Ciertamente, a pesar de nuestra pobreza podemos hacerlo. Para ello les invito a meditar en la tercera de las apariciones del ángel a los niños en Fátima, que siempre es fuente de muchas enseñanzas y bendiciones, llenas de riqueza espiritual. Si leemos este texto con atención y lo meditamos profundamente en nuestro interior caeremos en la cuenta de la gravedad del pecado y de como podemos evitarlo y repararlo.
TERCERA Y ÚLTIMA APARICIÓN DEL ÁNGEL
NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA
Nihil obstat: Dr. Andrés de Lucas. Madrid, 8 de marzo de 1948.
Imprímase: Casimiro, Obispo Auxisliar y Vic. Gral.
Esto debió ocurrir en julio o agosto de 1916. Según las apreciaciones de Lucía, fue, probablemente, al final de septiembre o en octubre cuando el Ángel se apareció por tercera y última vez. De nuevo habían estado jugando en la cueva en el “Cabeço”, en tanto las ovejas pastaban diseminadas por las laderas inferiores; y después de rezar el Rosario, como de ordinario, se pusieron a recitar unidos la oración:
“¡Dios mío, creo, adoro, espero y Te amo! ¡Te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman!”
Acababan de decir esto unas cuantas veces, cuando vieron avanzar veloz sobre el valle la misma luz cristalina, y se presentó el Ángel ante ellos, hermoso, resplandeciente, deslumbrador, revoloteando en el aire. Esta vez tenía en una mano un cáliz y en la otra, sobre aquél, sostenía una Hostia. Mantuvo estos suspendidos en el aire mientras se postraba en el suelo y decía:
-Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo. Te adoro profundamente y Te ofrezco el más precioso Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los que Él mismo es ofendido. Y por mediación de los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, Te suplico la conversión de los pobres pecadores.
Dijo esta oración tres veces. Después, levantándose, tomó el cáliz y la Hostia, y arrodillándose sobre una roca plana, sostuvo el blanco disco ante ellos, diciendo:
-Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente insultado por los hombres desagradecidos. Haced reparación por sus crímenes y consolad a vuestro Dios.
Pudieron ver gotas de sangre cayendo desde la Hostia en el cáliz. Colocó aquélla en la boca de Lucía. A Jacinta y Francisco, que no habían recibido la Primera Comunión, les presentó el cáliz, del que bebieron. Al final se postró de nuevo en el suelo y dijo la misma oración tres veces. Los niños la repitieron con él, siguiendo Francisco a las otras, pues no había oído las palabras. Entonces, por última vez, desapareció el Ángel de Paz en la claridad solar.
La sensación de la presencia de Dios en aquella ocasión fue tan intensa, según Lucía, que les dejó debilitados y abstraídos, notándose además como ausentes de sus cuerpos.
Fue de nuevo Francisco quien tornó el primero a la realidad y llamó la atención de las niñas sobre el hecho de ir oscureciendo. Con las fuerzas que pudieron sacar reunieron las ovejas y las condujeron a casa. No obstante su debilidad, experimentaban una paz y felicidad infinitas, para las que no encontraban palabras.
Esta curiosa sensación de debilidad y felicidad a la vez duró días y semanas. Transcurrió mucho tiempo antes de que Francisco se aventurase a hablar de lo que había visto y experimentado. Finalmente, dijo:
-Me gusta mucho ver el Ángel, pero lo peor de ello es que después no podemos hacer nada. Yo no puedo ni andar. No sé lo que me sucede.
Unos cuantos días después, cuando recuperó su energía normal de cuerpo y espíritu, dijo a Lucía:
-El Ángel te dio la Sagrada Comunión –intervino Jacinta antes de que pudiese replicar Lucía-. ¿No viste que era la sangre la que caía de la Hostia?
-Sentí que Dios estaba en mí –dijo-, pero no sabía cómo ello era.
Postrándose entonces en el suelo, permaneció así un largo rato, repitiendo la segunda oración del Ángel:
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo. Te adoro profundamente y Te ofrezco el más precioso Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos de la tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los que Él mismo es ofendido. Y por mediación de los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, Te suplico la conversión de los pobres pecadores.