
“Mario, te queremos mucho. Perdona la letra que tengo”. Ese es el texto que Francisco Moreno, un abuelo escribió a su nieto bebé tras sufrir un ictus y no poder escribir prácticamente. Una letra temblorosa que acompañada de la tierna foto ha conmovido las redes sociales, puesto que están compuestas de personas sensibles que valoran un gesto de humanidad en un mundo cada vez más deshumanizado.
Multitud de internautas mostraron todo su apoyo a la personas enferma y contaron experiencias similares de personas que se han sentido muy identificadas en esta muestra de amor en medio del sufrimiento.
Nosotros como católicos, más allá del buen sentimiento (que es necesario y es humano) debemos saber trascender estas experiencias y mirarlas desde el punto de vista sobrenatural, de la obra de misericordia de visitar enfermos y darles todo el apoyo.
La Iglesia nos recuerda que la enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que “Dios ha visitado a su pueblo” (Lc7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca.