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Hay derrotas que ciertamente marcan a un deportista y si esta derrota coincide con un cambio drástico de religión. No sabemos hasta que punto tuvo que ver realmente, pero es un hecho que a día de hoy aún recuerda mucha gente.

El famoso boxeador Pacquiao cayó derribado o en el último momento del sexto asalto en lo que fue el cuarto enfrentamiento con el mexicano Márquez. El hecho generó debate y polémica, pues coincidió con su cambio de fe, dejó de ser católico y se se hizo protestante. Su propia madre dijo “Eso es lo que le pasa por cambiarse de religión. Desde que el pastor protestante entró en su vida no se ha concentrado en el boxeo”, indicó la señora.

Incluso sus seguidores han vinculado su derrota estrepitosa con su abandono de la Iglesia Católica. Antes de los combates se santiguaba y solía portar un Rosario.

LA IGLESIA ES UNA, SANTA, CATÓLICA Y APOSTÓLICA

 “Esta es la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en el Credo que es una, santa, católica y apostólica” (LG 8). Estos cuatro atributos, inseparablemente unidos entre sí (cf. DS 2888), indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. La Iglesia no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la llama a ejercitar cada una de estas cualidades.

Sólo la fe puede reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Pero sus manifestaciones históricas son signos que hablan también con claridad a la razón humana. Recuerda el Concilio Vaticano I: “La Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad y un testimonio irrefutable de su misión divina a causa de su admirable propagación, de su eximia santidad, de su inagotable fecundidad en toda clase de bienes, de su unidad universal y de su invicta estabilidad” (DS 3013).