
A un hombre sanguinario y lleno de enormes delitos, porque tuviese alguna esperanza de remedio pudo persuadirle su mujer, después de repetidas instancias, que a lo menos ayunase los sábados y rezase una Ave María a todas las imágenes que viese de la Virgen, ya que no quería reducirse a penitencia. Y a pesar de que empezó esta devoción sólo por condescender con su esposa, de aquí provino su felicidad. Un día, pues, viniendo de camino entró en una iglesia fatigado, y mientras descansaba se puso a rezar una Ave María sin atención ni afecto delante de una imagen de esta Señora con el niño Jesús en los brazos; mas al quererse retirar para proseguir su camino advirtió que el niño estaba lleno de llagas frescas y bañado en sangre.
La novedad del caso le llenó de asombro, y preguntó a la Virgen: Señora, ¿quién ha maltratado así a vuestro Hijo? Tú, respondió la Virgen, has herido con tus pecados a mi Hijo, e Hijo de Dios. Al oír estas palabras prorrumpió el hombre en un amargo llanto, pidiendo con tristes sollozos al Refugio de los pecadores que le alcanzase perdón de sus culpas. Empezó a pedir la soberana Reina, pero el divino infante mostraba no querer escuchar los ruegos de su Madre.
Redoblaba más y más sus instancias la compasiva Señora, hasta que al fin (¿qué le podrá negar el que habitó en sus purísimas entrañas?) se ablandó el amantísimo Jesús y se lo concedió. Ven, dijo entonces la Madre al arrepentido pecador, ven, y besa las sagradas llagas de mi querido Hijo. Él todo temblando, y vertiendo un arroyo de lágrimas, llegó y se las besó, pareciéndole que al mismo tiempo se iban cicatrizando como por efecto de su contrición. Hecho esto salió de la iglesia y juntamente del mundo, porque él y su mujer de común acuerdo, por gracia y llamamiento especial de la bondad divina, abrazaron de allí a poco el estado religioso.
OBSEQUIO
Decir muchas veces al día: ¡Jesús está crucificado y yo vivo en delicias!
JACULATORIA
¡Oh tierna Madre! Por tus manos hagas
Que de Jesús las amorosas llagas
Séllenme en lo profundo el corazón.