
Es una pregunta compleja, pues como veremos más adelante el Catecismo nos invita a cuidar el cuerpo y la salud como don de Dios, pero nos previene del defecto contrario, de cuidarlo excesivamente promoviendo el culto al cuerpo, tan de moda en nuestras sociedades modernas.
El deporte es bueno y saludable, pero siempre y cuando no se convierta en un ídolo y se use en su justa medida, guardando siempre la modestia y el pudor que exige una vida católica coherente. Lo importante es no tener nuestro corazón apegado al deporte como un fin en sí mismo sino considerarlo un medio más de llevar una vida saludable y plena. también en muy importante no caer en actitudes hedonistas, narcisistas y exhibicionistas.
Pensemos que mucha gente vive solo para el cuidado del cuerpo y el deporte, haciendo muchas horas de gimnasio, controlando excesivamente la alimentación y por supuesto olvidando otras facetas de la vida interior como la oración. Además este culto al cuerpo no controlado, que en sí es malo, puede hacer caer en enfermedades como la anorexia y otro tipo de trastornos.
La Iglesia nos recuerda que la vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común.
El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para lograr las condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados de la salud, enseñanza básica, empleo y asistencia social.
La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas.
La virtud de la templanza conduce a evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente culpables.