
Pocos Santos ha habido tan singularmente devotos de la Santísima Virgen como San José de Calasanz, Fundador de las Escuelas Pías. Al fundar el piadoso Instituto, quiso que sus hijos tomasen el nombre de Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios, y al darles una bandera para que les dirigiese en la lucha contra el enemigo de las almas, en aquella bandera pintó el Nombre Dulcísimo de María. Cada día repetía mil veces esta jaculatoria: “María, Madre de Dios.”
La Santísima Virgen premió su amor y devoción apareciéndosele varias veces. Un día estaba en el ejercicio de la oración, y la Virgen Inmaculada se presentó en la Capilla, llevando a su Hijo en los brazos, acompañada de millares de espíritus angélicos.
Pidió María a su Hijo que bendijese de una manera especial a aquel anciano, fervoroso devoto suyo, y a los niños que le rodeaban entusiasmados ante aquella deslumbradora maravilla. Los bendijo el Niño Jesús, y desapareció la visión. San José de Calasanz hizo pintar un cuadro que representa el hecho: de este cuadro hay copias en todos los Colegios de las Escuelas Pías.
Oración a la Virgen
Préstame, Madre, tus ojos, para con ellos mirar, porque si por ellos miro, nunca volveré a pecar. Préstame, Madre, tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar. Préstame, Madre, tu lengua, para poder comulgar, pues es tu lengua patena de amor y de santidad. Préstame, Madre, tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más. Préstame, Madre, tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierto con tu manto al Cielo he de llegar. Préstame, Madre a tu Hijo, para poderlo yo amar, si Tú me das a Jesús, ¿qué más puedo yo desear? Y esa será mi dicha por toda la eternidad.