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Católico, no le eches siempre la culpa al demonio, muchas veces la culpa es tuya. Adán cuando pecó echó la culpa Eva y Eva a la serpiente, siempre buscamos un culpable antes que reconocer nuestras culpas. Y en ambientes piadosos y religiosos es muy frecuente echar la culpa al demonio de todo lo que sucede, eludiendo responsabilidades personales.

Recuerdo una divertida anécdota que cuando trabajaba en una productora católica de televisión, en donde colaboraban religiosos y religiosas. Vino un gran profesional con mucha experiencia en importantes medios a dirigir el proyecto.

Siempre que fallaba algo, tanto religiosas como religiosos decían que era cosa del diablo. El profesional de los medios, persona creyente, dijo que no quería oír más veces que cuando algo falla es cosa del diablo. Nos animo a hacer las cosas bien y a poner los medios para solucionar los problemas sin echar la culpa siempre al príncipe de las tinieblas cuando algo no funciona.

A veces es tal nuestra debilidad que no necesitamos si quiera que el demonio nos tiente para caer en pecado. Recordemos que los enemigos del alma son 3: mundo, demonio y carne.

Entendemos por mundo, no la creación que es algo bueno hecho por Dios sino todo espíritu contrario al Evangelio. El mundano es el que vive al margen de la ley de Dios y lleva una vida de placeres y vanidades.

El demonio o ángel caído, cuya existencia es dogma de fe, quiere nuestra perdición y es el culpable de muchos de los pecados que se cometen en el mundo, aunque también es cierto que aunque ronda como león rugiente buscando a quien devorar no necesariamente pecamos por su culpa.

La carne como contraria al espíritu, herida por el pecado original tiene siempre la tendencia al pecado.. Por eso es bueno dominarla con la oración y penitencia y con la vida sacramental.