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Es muy loable el amor por los animales, quererlos y tratarlos bien. Pensemos en San Francisco de Asís como quería al hermano lobo por ejemplo y a todas las criaturas de la creación. Incluso muchos perros por ejemplo son más fieles a sus dueños que muchas personas no sólo en esta vida sino después, pues se han dado casos de perros que no se movían de la tumba de sus dueños.

En la la heráldica medieval el perro era considerado como signo de fidelidad. De hecho el origen etimológico de los dominicos es dominus canes, los perros del Señor.

También es verdad que muchos perros sirven de terapia para dar cariño a niños enfermos y es entrañable la ternura de estos animales o de los gatos, que aunque más huraños, se sienten queridos por sus dueños.

Dicho todo esto la doctrina católica nos enseña que de todas las criaturas visibles solo el hombre tiene alma inmortal, que sigue viviendo tras la muerte. Los animales no tienen alma inmortal, solo sensitiva, que desaparece una vez se mueren. Es muy duro de aceptarlo, pero esto es lo que enseña la Iglesia. Ahora bien dentro de la infinitud de Dios y de que en el cielo no hay ninguna carencia, la pregunta sería: ¿hasta que punto no puede el bienaventurado tener el recuerdo de su perro más querido? Eso es un misterio, pero lo que podemos decir que afirmar que los animales van al Cielo (podrá ser con muy buena intención), pero no es lo que enseña la Iglesia.