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Los muertos han testificado ser positivo el dogma del Sacramento del Altar

(El Santísimo Viático extraído de la boca del infernal Pelagio)

Aunque el prodigio que ahora voy a insertar pertenezca más al asunto de las comuniones sacrílegas, no obstante quiero incluirlo aquí, para que vean los incrédulos que, aun suponiendo el que Jesucristo no estuviese en la Hostia consagrada, sin embargo, hay en Ella algo más que pan. Hubo un solitario, llamado Pelagio, con gran fama de santidad, que habiendo dado acceso a cierta tentación impura, consintió a ella con la voluntad solamente. Lleno de remordimientos, encontrábase completamente afligido, cuando he ahí que un anciano venerable se le presentó y le dijo: Pelagio, haz penitencia de tu pecado y te salvarás.

El solitario no se atrevió a confesar su pecado, antes bien se resolvió a entrar en un monasterio de la Orden de S. Benito, en el cual practicaba terribles penitencias. Todos los religiosos le tenían por gran santo. Murió por fin sin confesar su pecado, y los religiosos le enterraron en especial lugar; pero ¡oh juicio de Dios! cuando el hermano sacristán, en la noche siguiente, iba a llamar a coro, vio que el cadáver de Pelagio estaba insepulto. Volviolo a sepultar sin llamar la atención de nadie, pero repitiéndose a la mañana siguiente la escena de la anterior, creyó oportuno avisar al abad, quien, aterrorizado al verle de aquella manera, mandole en nombre de Dios le dijese lo que deseaba.

El cadáver, dando un lastimoso quejido, exclamó: – ¡Oh infeliz de mí! que por callar en la confesión un pecado que cometí en mi juventud, estoy para siempre ardiendo en el infierno. Al oír esto, acercose el abad al cadáver y vio que estaba como si fuera un ascua de hierro ardiendo, y todo asustado pretendía marcharse, cuando el monstruo le dijo: -No te asustes. Padre, antes bien, mira lo que tengo sobre la lengua.

Apareció entonces en los labios de aquel desgraciado la santa Hostia que poco antes había recibido por Viático. Cogiola el abad, de aquel inmundo lugar y la puso en el tabernáculo. Dios Nuestro Señor no quería habitar en un corazón corrompido por el pecado, disponiendo que, antes de quedar el cuerpo sepultado, extrajesen de él su Santísimo Cuerpo. Terrible lección para los que no se preparan debidamente a recibir la Comunión del Señor y admirable ejemplo que nos enseña la santidad del Augusto Sacramento.

Finalmente el desdichado Pelagio dijo al abad: La voluntad de Dios es que me saquéis de este lugar y me llevéis al de las bestias entre su miseria y corrupción. Así lo ejecutaron los monjes con grande espanto, y, arrojando el triste cadáver a un estercolero, su cuerpo se convirtió en lo que era y su alma es atormentada para siempre en los infiernos.