
Cuando desperté del largo
tiempo de letargo
en que mi alma estuvo dormida
ante las cosas de Dios,
ahí me estaba esperando
como a un amigo San Agustín
para darme la bienvenida
y ocuparse de mí.
¿Quién mejor que él
tratar mi caso podía
y ser mi maestro y mi guía
en la nueva andadura
que yo entonces emprendía?
San Agustín, que antes que santo
esclavo fue como yo
de las pasiones de la carne
y que los ojos a la Verdad
también los abrió tarde.
San Agustín, mi paradigma y mi afín,
que espero me acompañe
y siga guiando hasta el fin.