
DIOS, PATRIA Y JUSTICIA
Homilía pronunciada en la Santa Misa del 1 de septiembre de 2019 en La Vecilla de Curueño (León), con motivo del encuentro de Hermandades de Antiguos Caballeros Legionarios
Ilustrísimos representantes de las diversas Corporaciones Municipales que asisten a este acto, Sra. Alcaldesa, Teniente Coronel Recena, autoridades civiles y militares, vecinos de La Vecilla que tan generosamente habéis acogido este encuentro de hermandades de Antiguos Caballeros Legionarios, hermanos todos en el Señor:
¿Qué ven nuestros ojos, qué siente nuestro corazón, cómo razona nuestra inteligencia al contemplar al Cristo de la Buena Muerte portado a hombros de sus legionarios? Primeramente, vemos a Dios. A ese Dios bueno y santo, creador del Cielo y de la Tierra, de todo lo visible e invisible que se hizo carne y sangre en las entrañas inmaculadas de María Santísima. Así lo expresa el Apóstol: Los hijos de una misma familia son todos de la misma carne y sangre. De nuestra carne y sangre quiso participar Cristo para destruir al que tenía el poder sobre la muerte, es decir, al diablo, y liberar a los que por miedo a la muerte pasábamos la vida como esclavos (Hebreos 2,14).
Contemplamos pues a Aquel que subió a la Cruz y cargó con nuestros pecados para que nosotros, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos curaron (1 Pedro 2,24). Miramos con plena confianza a Jesucristo, que muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida (Prefacio Pascual I) y escuchamos, contemplando la cruz gloriosa, a aquel que dijo a la hermana de Lázaro: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y el que vive y cree en mí no morirá para siempre (Juan 11, 25).
El Cristo de la Buena Muerte a hombros de sus legionarios evoca también la Patria. Esa Patria que empezó a constituirse cuando vuestros antepasados bajaron de esas cercanas montañas para reconquistar para Cristo una tierra invadida. Y si la mayoría de las naciones construyeron su unidad desde la política, sólo España configuró su unidad como nación desde la fe católica. Una fe que la llevó a anunciarla por todo el orbe y por los cinco continentes. Así pues, donde España alzó su bandera, ya sea en América, Asia, África u Oceanía, la mayoría de su población profesa todavía hoy la fe católica.
La imagen de Jesucristo crucificado portado por los Caballeros Legionarios despierta en nosotros también el deseo de la Justicia. Pero no en su definición jurídica. Es decir, ese conjunto de normas codificadas aplicadas por jueces sobre las cuales el Estado imparte justicia cuando éstas son violadas. No hablamos de esa justicia, pues no se aplicó a Cristo, el Justo injustamente condenado. Hablamos de la justicia en su significado bíblico: Principio moral que emana de Dios mismo y que inclina a obrar y juzgar respetando la bien y dando a cada uno lo que le corresponde. Y es que la justicia que no tiene como referencia el bien, se convierte en tiranía y la libertad que no se fundamenta en la verdad, se convierte en esclavitud de los peores vicios.
Por tanto, se trata de aquella justicia que respeta la vida del no nacido en el vientre de su madre, la del anciano maltrecho y del enfermo desahuciado, porque reconoce en la vida humana un don sagrado que sólo pertenece al que la creó. Justicia pues aquella que considera el ser hombre o mujer como un dato definitivo de la naturaleza que está fuera del arbitrio de la voluntad humana, por fuerte o votada que esta sea. Justicia que contempla el matrimonio formado por hombre y mujer como el lugar idóneo para formar y proteger a los hijos de extrañas injerencias estatales. Una justicia, en fin, que no haga de nuestra historia una memoria selectiva, fabricada despóticamente por aquellos que detentan el poder.
La historia de España hay que abrazarla en su totalidad, con sus luces y sus sombras, con sus héroes y sus traidores, con sus victorias y derrotas, porque desde la verdad y sólo desde ella podemos construir un futuro en el que nuestros hijos sean verdaderamente libres. Cristo desde su Cruz nos recuerda nos recuerda eso precisamente: Si guardáis mis palabras, seréis mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Juan 8,31).
Así pues, a Dios, a la Patria y a la Justicia evoca vuestro Cristo. Por todo ello, vosotros, Caballeros Legionarios, portáis sobre vuestros hombros con honor y gloria al de la Buena Muerte, fieles a vuestro sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo de batalla hasta perecer todos. Con firmísima decisión lo hacéis hoy sabiendo que lleváis a aquel que muriendo violentamente nos ha salvado a todos.
Queridos legionarios, habéis traído hasta aquí al Cristo de la Buena Muerte cubierto con la bandera de España, esa que un día ha de ser también vuestro sudario. Lo habéis traído como un caído en combate. Pero este es un caído muy especial… tan especial que ha resucitado de entre los muertos y vive para siempre para seguir combatiendo con todos los que, bajo su bandera, quieran participar de su muerte y así asociarse a esa victoria eterna que pondrá a todos sus enemigos como estrado de sus pies (Hebreos 10,13).
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
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