
Muchas personas independientemente de que no sean creyentes reconocen la gran labor social que hace la Iglesia. Ellos dicen que es mero altruismo, cuando realmente si se hace por amor a Cristo es caridad.
En el estudio “Iglesia y VIHDA”, se analiza de manera pormenorizada la labor que ha hecho la Iglesia en el país mexicano a lo de los últimos años, en ayuda y acompañamiento a las personas con VIH y SIDA.
“Muy contrariamente a lo que nos hacen creer los medios de comunicación masivos, que nos presentan una Iglesia discriminatoria y que no tolera –muestra el informe– la Iglesia, de manera silenciosa y anónima, realiza una ayuda continua y eficaz para ayudar a este colectivo tan desfavorecido, que suele contar con el rechazo social, de aquellos mismos que dicen que es la Iglesia la que les rechaza. “Cuando la mayor parte de las personas discriminaban a los que tenían el virus y el SIDA, la Iglesia conseguía atenderlos de una manera profesional y eficaz»
La Iglesia nos enseña que la enfermedad y el sufrimiento se han contado siempre entre los problemas más graves que aquejan la vida humana. En la enfermedad, el hombre experimenta su impotencia, sus límites y su finitud. Toda enfermedad puede hacernos entrever la muerte. La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Puede también hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que «Dios ha visitado a su pueblo» (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc 2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: «Estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.