
Es una gracia muy grande esa aceptación del sufrimiento pues nuestra naturaleza se rebela y huye de él. Los pastorcitos de Fátima nos dieron un ejemplo perfecto de aceptación del sufrimiento, especialmente Francisco y Jacinta que murieron tras una penosa y dolorosa enfermedad.
Especialmente tras la visión de infierno, no les importó sufrir todo para reparar el sufrimiento de Jesús y de María y para evitar que los pecadores vayan a ese horrible lugar de tormentos.
La segunda aparición ocurrió unas semanas después de la primera. Era uno de los días más calurosos del verano. Habían llevado sus ovejas a casa al mediodía para encerrarlas durante las horas ardientes de la siesta, y los pastorcitos de Fátima pasaban su tiempo jugando distraídamente en el pozo, a la sombra de las higueras, detrás de la casa de los Abóbora, aparentemente sin idea de lo que iba a suceder, cuando levantaron la vista y vieron al ángel su lado.
-¿Qué hacéis? –preguntó-. ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y María sufren mucho y están muy ofendidos, pero tienen designios misericordiosos para vosotros. Ofreced constantemente plegarias y sacrificios al Altísimo. Por encima de todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os enviará.
-¿Cómo debemos sacrificarnos? –preguntó Lucía.
–Con toda vuestra voluntad ofreced un sacrificio como un acto de reparación por los pecadores por quien Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. De este modo atraeréis la paz a vuestro país. Yo soy un Ángel Guardián, el Ángel de Portugal. Por encima de todo, aceptad y soportad con sumisión el sufrimiento que el Señor os enviará.
Desapareció. Y de nuevo los niños permanecieron durante largo tiempo extasiados, en una especie de exaltación del espíritu, adorando a Dios, cuyo mensajero se les había revelado. Cuando esta impresión fue desvaneciéndose gradualmente y comenzaron a sentirse más dueños de sí, Lucía descubrió que Francisco no había oído nada de lo que el Ángel había dicho, aunque, como antes, le había visto claramente.
En la otra aparición Nuestra Señora volvió a insistir:
«Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hagáis algún sacrificio: Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María.»
«Cuando recéis el Rosario decid, al final de cada misterio: Oh Jesús mío, perdonadnos, libradnos del fuego del infierno, llevad al Cielo a todas las almas, especialmente las más necesitadas de vuestra misericordia.»