
Para que no se repitan nunca más casos como estos, es cada vez más importantes que nuestros templos estén vigilados de manera permanente, especialmente la zona del Sagrario, que debe estar bajo llave y en algunas parroquias está detrás de un cristal blindado para mayor seguridad. Toda precaución es poca para proteger el cuerpo de Nuestro Señor.
La Iglesia nos recuerda que el primer mandamiento de Dios reprueba los principales pecados de irreligión: la acción de tentar a Dios con palabras o con obras, el sacrilegio y la simonía.
El sacrilegio consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios. El sacrilegio es un pecado grave sobre todo cuando es cometido contra la Eucaristía, pues en este sacramento el Cuerpo de Cristo se nos hace presente substancialmente (cf CIC can. 1367. 1376).