
“Así como en el diluvio universal perecieron todos los que despreciaron la nave de Noé, así en éste, y en los últimos tiempos, perecerán los que desprecien mi Rosario.”
EJEMPLO
Cierto día, fiesta de la Santísima Virgen, fue arrebatado en espíritu el Beato Alano. En este estado, oyó que de todas las partes del mundo salían voces terribles que decían: “¡Venganza, venganza sobre los habitantes de la tierra!” Después de oír estas voces, vio ríos de fuego que caían del cielo sobre la tierra y sus habitantes. Al momento, entre llantos y alaridos, pereció una multitud innumerable de hombres. Los que sobrevivieron empezaron a clamar con todas sus fuerzas, pidiendo auxilio. Como Dios no se hace esperar de los que le invocan, al punto se vio aparecer una fulgentísima nave que descendió del cielo, rodeada de estrellas, y adornada de los más bellos colores, la que andaba de una a otra parte en el aire como las naves ordinarias sobre las aguas; y era de tanta capacidad, que innumerables gentes podían entrar en ella. Vio también que sobre la preciosa cubierta, y al uno y otro lado de ella, y dentro de la nave, había muchos ángeles, que derramaban sobre la tierra torrentes de agua para apagar el incendio horrible en que el mundo ardía. Más lo bellísimo allí, sobre todo, era ver a la cabeza de la nave una hermosísima Señora, cuya elegancia, gracia y belleza no hay lengua que lo pueda explicar, la cual, como Patrona, llevaba el timón. Por fin, toda esta nave estaba rodeada de un preciosísimo arco iris.
Mientras esto sucedía, y los hombres luchaban con las angustias de la muerte, aquella Señora, que era la Reina de los ángeles, decía: “¡Oh miserables hijos de los hombres, acudid a Mí para no perecer en este diluvio! Sabed que así como el mundo se salvó del diluvio del pecado por medio de la salutación angélica, así acudid a Mí ahora, por la misma salutación.” Después de estas palabras, muchos en la tierra saludaban a la Virgen, repitiendo el Ave María, y cuantos así lo hacían eran transportados a la nave por unas blanquísimas palomas. Y a cuantos entraban en ella, convidaba la Virgen con manjares exquisitos y los deleitaba con un riquísimo vino, de dulzura inefable. Apenas entraron en la nave los que fueron llamados por las palomas, empezaron los ángeles otra faena, dejando de apagar el fuego; y fue edificar en brevísimo tiempo una ciudad admirable, con torres de muy elevada altura. Allí fueron trasladados después todos los que rezaban el Rosario a María, para preservarlos del incendio en que todavía se consumía el mundo. Finalmente, la Augusta Reina del Cielo puso término a la visión con estas palabras: “Así como en el diluvio universal perecieron todos los que despreciaron la nave de Noé, así en éste, y en los últimos tiempos, perecerán los que desprecien mi Rosario.” (Beato Alano).
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
El Rosario fue el único libro de Santa Herminia de Pibrac. En él, y en los misterios que nos hace contemplar, halló un manantial inagotable de luces, consolaciones y arrobamientos inefables. (P. Pradel).
La reina Ana de Austria renovó la santa costumbre, observada desde San Luis, de rezar el Rosario en comunidad en la corte, e instituyó una Orden de doncellas nobles, cuyo número era de cincuenta, llamada del Collar celeste del Santísimo Rosario. (P. Alvárez).
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
Rezad el Rosario -decía con frecuencia Pío IX-, esta oración tan sencilla y que tiene tantas indulgencias; anunciad que el Papa no se contenta con bendecir el Rosario, sino que Io reza cada día, y quiere que sus hijos hagan otro tanto; tal es mi última palabra, que os dejo como recuerdo. Pío IX murió contemplando los misterios del Rosario. (Padre Pradel).