
El magisterio de la Iglesia es absolutamente explícito en su rechazo a cualquier forma de violencia y discriminación contra la mujer, como obviamente lo es en los demás casos de atentado contra la dignidad en general de la persona. El respeto a la vida, a su integridad física y moral, a su reputación, su libertad y bienes, enmarcados en el precepto divino de “amar al otro como a sí mismo”, tiene, desde este punto de vista, un alcance universal y permanente, con independencia de cualquier otra consideración (cf. Catecismo de la Iglesia Católica).
La Verdad de Cristo nos hace libres y la Iglesia siempre busca soluciones concretas e inmediatas cuando sufre uno de sus miembros.
La Iglesia anima a denunciar al maltratador para cortar cuanto antes con la situación y dando la ayuda adecuada y el apoyo que necesite la mujer en todo momento, con todo tipo de ayuda, jurídica, material etc…Es una labor que a lo mejor no puede hacer directamente el sacerdote, pero debe ayudar a buscar una solución, por es muy importante la labor de los laicos en la parroquia para ayudar al sacerdote a atender estos casos.
Ya hay organizaciones dentro de la Iglesia que se ocupan específicamente de este fin. En las ciudades que no la haya la parroquia, la comunidad debe apoyar totalmente a la mujer y si es necesario que se vaya a vivir por un tiempo a casa de un familia o de otra mujer soltera.