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si Vos curáis a nuestra querido enfermo, os prometo no dejar pasar un solo día sin rezar el Rosario…

Una familia de modestos industriales tenía la piadosa costumbre de rezar unida todos los días el Santo Rosario. La suerte la favorecía, y a medida que con la prosperidad aumentaban las ocupaciones, la asiduidad en rezar el Rosario disminuía visiblemente. Primero le suprimieron algunos días, luego algunas temporadas, hasta que por fin dejaron por completo de rezarlo. Olvidada tenían ya tan hermosa práctica, cuando el padre de esta familia cayó gravemente enfermo, y habiéndose perdido toda esperanza de salvarle, su esposa lloraba desolada a la cabecera de su cama. 

Un amigo, exhortándole a poner en aquellos momentos toda su confianza en María, consoladora de afligidos, le dijo: «Recemos juntos el Rosario» -¡Ah! respondió la mujer, lanzando un profundo suspiro. ¡El Rosario! ¡Cuánto tiempo hace que le hemos abandonado! Por esto nos abandona Dios y nos castiga. ¡Oh Madre mía! -exclamó después dirigiéndose a la Santísima Virgen -si Vos curáis a nuestro querida enfermo, os prometo no dejar pasar un solo día sin rezar el Rosario. Apenas había acabado de hacer esta promesa, el enfermo mejoró visiblemente, y pocos días después estaba ya en plena convalecencia. (P. Busscher).