
DIÁLOGOS DE SANTA CATALINA DE SIENA
Cómo ninguno puede escapar de las manos de Dios, y así nos visita o por misericordia o por justicia
Sabe, hija mía muy querida, que ninguno puede escapar de mis manos, porque yo soy el que soy, y vosotros no sois por vosotros mismos sino en cuanto sois hechos por mí, que soy creador de todas las cosas que participan el ser, excepto el pecado, que no es, y porque no le hice yo, ni está en mí, no es digno de que yo le ame.
Así que peca y me ofende la criatura, porque ama lo que no debe amar, esto es, el pecado, y me aborrece a mí, a quien está obligada a amar, porque soy sumamente bueno, y le he dado el ser con tanto fuego de amor.
Mas no pueden huir de mí, porque o están en mí para ser castigados por sus culpas, o para ser libres por mi misericordia. Abre pues los ojos de tu entendimiento, y mira a mi mano, y verás que es verdad lo que te he dicho. Entonces levantando ella los ojos para obedecer al Eterno Padre, veía encerrado en su puño todo el Universo, y Dios la decía:
Hija mía, sabe que ninguno puede escapar de aquí, porque todos están aquí o por justicia o por misericordia, como te he dicho, y los crié y los amo inefablemente. Y sin embargo de sus maldades usaré con ellos de misericordia por intercesión de mis siervos, y cumpliré tu petición que con tanto amor y dolor me has demandado.
Dios, “que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti” (San Agustín, Sermo 169, 11, 13). La acogida de su misericordia exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia” (1 Jn 1,8-9).
Como afirma san Pablo, “donde abundó el pecado, […] sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos “la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor” (Rm 5, 20-21). Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su Palabra y su Espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado: