
Aunque pueda sonar a broma es un hecho que se dio en una Iglesia de Inglaterra por un error burocrático después de la ceremonia religiosa en donde era mucho más inverosímil que se diera. Pero en el tema de papeleos y firmas si que entra dentro de lo posible, aunque se de muy raras veces. El sacerdote cometió un error en el registro de matrimonio y ello suscitó que el padrino y la dama de honor terminaran casados oficialmente.
La confusión se dio después de que firmaron el certificado de registro de matrimonio como testigos, aunque el padre mezcló los nombres y los inscribió como cónyuges. La buena noticia para ellos es que de acuerdo a las leyes británicas podrán pedir la anulación por varias razones, incluida la falta de consentimiento.
Aprovechando esta anécdota recordamos que la Iglesia nos enseña que el matrimonio es la alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados (CIC can. 1055, §1)
La sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero” (Ap 19,9; cf. Ap 19, 7). De un extremo a otro la Escritura habla del matrimonio y de su “misterio”, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su origen y de su fin, de sus realizaciones diversas a lo largo de la historia de la salvación, de sus dificultades nacidas del pecado y de su renovación “en el Señor” (1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Ef 5,31-32).