
Cerca de la media noche la plaza de Ayquina está a rebosar. Hoy este pueblo chiquito del altiplano parece a punto de colapsar por los miles de visitantes que vinieron de otros pueblitos también chiquitos para celebrar a la Virgen. Hay olor a comida callejera, a velas que se queman. Se siente un frío seco que congela los huesos, intensificado con las ráfagas polvorientas de viento a 70 kilómetros por hora que, dicen los lugareños, no son inusuales en esta zona del Norte Grande. Pero a nadie le importa: el clima no será impedimento para lo que está a punto de suceder.
Desde el cielo se vería lo excepcional que es esta noche: como por milagro, este pueblito es ahora un punto brillante en medio de miles de kilómetros cuadrados de desierto.
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