
Cuando me muera
poned un rosario entre mis manos
y cubrid mi ataúd con la bandera
de la Santa Tradición
(la rojigualda de mi patria,
la que tiene por escudo
el Sagrado Corazón).
Enterradme en un cementerio
cerca del mar
y que sea la misa
de mi funeral
una Santa Misa Tridentina
oficiada por un cura
tradicional.
Que alguien, si quiere, lea
de los míos un poema
adecuado a la ocasión.
Y rezad, rezad por mí una oración
pidiéndole al buen Dios
que se apiade de mi alma
y me lleve a su vera.
Dicho queda.