
Del Secreto Admirable del Santísimo Rosario. San Luis María Grignion de Montfort.
DON PERO (1) (Beato Alano, c. LIII)
Santo Domingo tenía un primo llamado Don Pero o Pedro, que llevaba una vida muy disoluta. Habiendo oído que el Santo predicaba las maravillas del Rosario y que muchos se convertían y cambiaban de vida por este medio, dijo: “Había perdido la esperanza de mi salvación, pero hay que tener valor, es preciso que yo oiga a ese hombre de Dios”. Asistió, pues, un día al sermón de Santo Domingo. El Santo al verle redobló su ardor en atacar todos los vicios y rogó a Dios desde lo íntimo de su corazón, que abriese los ojos de su primo para que conociera el estado miserable de su alma. Don Pero se asustó, desde luego, pero no se resolvió a convertirse; volvió otro día al sermón y el Santo viendo que este corazón endurecido no se convertiría sin algo extraordinario, gritó en alta voz: “Señor Jesús, haced ver a todo este auditorio el estado en que se encuentra el que acaba de entrar en vuestra casa”. Entonces todo el pueblo vio a Don Pero rodeado de una multitud de diablos en forma de bestias horribles que le tenían atado con cadenas de hierro; huyeron todos, unos por aquí, otros por allá, y fue para él espantoso verse objeto del horror de todo el mundo. Santo Domingo hizo que todos se detuvieran y dijo a Don Pero: “Conoced, desgraciado, el deplorable estado en que os encontráis; arrojaos a los pies de la Santísima Virgen. Tomad este Rosario, rezadle con devoción y arrepentimiento de vuestros pecados y resolveos a cambiar de vida”. Se puso de rodillas, rezó el Rosario y se sintió movido a confesarse, lo que hizo con una gran contrición. El Santo le ordenó que rezase todos los días el Santo Rosario y él prometió hacerlo y se inscribió en la cofradía; su cara que antes había asustado a todos, al salir de la iglesia aparecía brillante como la de un ángel. Perseveró en la devoción al Santo Rosario, llevó una vida arreglada y murió dichosamente.
- El original dice D. Pérez, con manifiesto error en la traducción. Tal vez el Beato Alano, cuyo texto no hemos podido ver, diga “Dominus Pérez” el señor Pérez.