
Nos resta hablar de una aparición la más tierna, la más amable, la más frecuente y la más interesante, que fue la del benditísimo Hijo a su benditísima Madre. No se puede dudar por un alma cristiana sin una manifiesta impiedad, que la santísima Virgen fue la primera a quien se presentó su santísimo Hijo resucitado. Si la Magdalena mereció por su amor ser el primer testigo de la resurrección de Jesucristo, ¡qué no merecería por su amor la Madre del divino Amor! María santísima no solo fue la primera criatura del mundo a quien se presentó Jesucristo resucitado, sino que fue visitada continuamente de su santísimo Hijo en los cuarenta días que estuvo en la tierra desde su gloriosa Resurrección hasta su triunfante Ascensión a los cielos. Se presentaba este amantísimo Hijo a su amantísima Madre, y la daba los testimonios más tiernos de su divino amor, para hacerla en la tierra tan dichosa, cuanto podía serlo antes de entrar a reinar con Él en el cielo. Pensar de otro modo es rebajar el amor del Hijo y la felicidad de la Madre, y si un estado de tanta felicidad no se manifestaba, era porque el divino Hijo le concedía a su querida Madre, no para que sirviese, como las apariciones hechas a los apóstoles, discípulos y mujeres, de prueba de su Resurrección, sino para hacerla dichosa.