
Después de una buena muerte, ¿qué gracia más deseable que volar derechos al Paraíso sin pasar por el Purgatorio o, al menos, salir de allí lo más pronto?
Pues bien; todos los mayores Santos están de acuerdo en decir que no hay medio más seguro para obtener de Dios gracia tan preciosa como el sacrificio de la Misa, por lo cual aquel gran siervo de Dios, el Beato Juan de Ávila (Pablo VI lo canonizó en 1970, y este libro fue impreso en 1942), preguntado, al fin de su vida, qué cosa más le encariñaba y qué bien principalmente deseaba que se le hiciese después de la muerte: “Misas –respondió-, Misas, Misas.”
San Anselmo nos dice claramente que una Misa, oída o celebrada por nuestra alma en vida, nos será más provechosa que muchas después de la muerte.
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San Leonardo cuenta de un rico negociante genovés que vino a morir sin dejar manda alguna en sufragio de su alma. Todos se maravillaron de cómo un hombre tan rico, tan piadoso, tan caritativo con todos, hubiese sido en muerte tan cruel consigo mismo; pero, sepultado que fue, se le encontró en su dietario el gran bien que había hecho en vida por su alma, habiendo ordenado celebrar más de dos mil Misas, y al fin del dietario estaba escrito: “Quien se quiere el bien, hágaselo en vida y no se confíe de los que le quedan después de la muerte.”
San Leonardo, después de haber contado el hecho: “Misas –exclamaba también él-, Misas”, y con las manos juntas nos exhorta diciendo que sólo con esta condición podemos mantener en el corazón la esperanza de ir, tras la muerte, derechos al Paraíso sin pasar por el Purgatorio.
Tengamos para con nosotros tan buen acuerdo, y, una vez conocida la excelencia y dignidad de la Santa Misa, no digamos nunca: “Una Misa de más o de menos, ¿qué importa?… Basta la Misa de los días de fiesta… La Misa no nos da de comer…”
Renovemos el propósito de oír de aquí adelante las más Misas que podamos, y sigamos el consejo importantísimo de hacernos celebrar en vida todas las que deseáramos nos sean celebradas después de la muerte, sin fiarnos de nuestros herederos, recordando el proverbio que dice: “Más alumbra una candela delante que diez detrás.”