
La Liturgia no nos da tregua. Del gozo navideño, coronado en la Fiesta del Bautismo, pasaremos en prácticamente un mes, a la preparación cuaresmal. La sangre derramada en la circuncisión hubiese bastado para la Redención, pues era sangre divina, de valor infinito, pero nuestro Salvador quiso amarnos hasta el extremo derramando hasta la última gota de su sangre.
Comenzamos pues esta cuesta de enero divisando ya en lontananza el Calvario. El comienzo del año es ideal para hacer balance del anterior, reflexionar sobre cómo está el termómetro de nuestra vida cristiana en aras a mejorar. Psicológicamente enero es un mes muy bueno para intentar despojarnos del hombre viejo y decidirnos a vivir una vida más plena en Cristo. Es un tiempo ideal para plantar la semilla de propósitos firmes.
Decía Santa Genoveva Torres: “Si quieres ser realmente del Sagrado Corazón de Jesús y pertenecerle, deja todo aquello que no le pertenece”. ¿Estaremos dispuestos este Año a dejar todos los apegos y aficiones que nos impiden tener el corazón indiviso para Cristo?
Sencillos consejos, de los que puede depender nuestra salvación eterna
En primer lugar hemos de examinar la conciencia en relación a nuestro trato personal con Dios, ver cuanta oración hacemos y sobretodo la calidad de la misma. Es bueno disciplinarse y dedicar un tiempo diario a rezar en exclusiva, a ser posible en silencio y delante de Cristo realmente presente en el Sagrario o mejor aún en la Custodia. No se trata tanto de hablar con Cristo, que hay que hacerlo, sino sobre todo de escucharle y ver qué es lo que quiere de nosotros en cada momento concreto de nuestra vida. Tratemos de hacer siempre lo que más le agrada como decía Alexia, niña muerta en loor de santidad.
Si no nos disciplinamos dedicando un tiempo diario a la oración en exclusiva la actividad del mundo nos irá disipando y seremos inconstantes en la oración. Incluso corremos el peligro de dejarla, primero paulatinamente y luego por completo. Nos dice la Sagrada Escritura que para conquistar el Reino de los Cielos hay que hacerse violencia. Vivir el agere contra ignaciano.
Un católico celoso no debe conformarse con cumplir con el precepto dominical, economía de mínimos. La Santa Misa diaria y la comunión frecuente, siempre que se pueda, nos tonifican y nos fortalecen. No sirve afirmar que vamos a la Misa diaria y seguimos igual, ya que si no fuésemos estaríamos mucho peor. Hay que esforzarse por vivir cada Santa Misa como si fuese la última de nuestra vida. Así nos lo enseña San Leonardo de Porto Mauricio.
La comunión frecuente nos ayuda poderosamente a vivir siempre en estado de gracia, la mejor manera de estar preparado ante una muerte imprevista. Si tenemos una caída debemos arrepentirnos cuanto antes e ir inmediatamente a confesarnos. No nos acostemos ninguna noche en pecado mortal. Vivamos el antes morir que pecar de Santo Dominguito Savio.
Meditemos rectamente sobre este gran atributo de Dios tal y cómo nos lo han enseñado los santos. La coronilla de la Divina Misericordia es una oración muy corta, pero que tiene larga resonancia en el corazón de Dios. Muy probablemente de ella dependa la salvación de muchas personas. Muchas almas se pierden porque nadie reza por ellas. Seamos generosos y recemos cada día por los agonizantes. Una sola alma vale más que todo el universo material.
El Señor prometió a Santa Faustina que todo lo que pidamos a las tres de la tarde en virtud a los méritos de su Santísima Pasión nos será concedido. Se sobreentiende siempre y cuando nos convenga. Intentemos santamente sacar rédito diario de este tiempo de Gracia.
Dos columnas firmes en tiempos de confusión
María y la Eucaristía son las dos columnas que vio en sueños San Juan Bosco como cimientos de la Iglesia. Es importante afirmarnos en la devoción eucarística y mariana en estos tiempos en los que la barca de Pedro pasa por un mar tempestuoso.
La devoción a Jesús y María, si es profunda, si es verdadera, nos llevará a imitarles. Nuestro Señor dice que aprendamos de Él, que es manso y humilde de corazón. Dos virtudes aparentemente sencillas y sin brillo, pero que son los cimientos de la vida espiritual. Sin humildad no se puede agradar a Dios.
¿Cómo podemos rezar eficazmente a Dios por medio de María?
La solución ha venido del cielo. La Virgen en Fátima y en otras apariciones ha recomendado encarecidamente el rezo del Santo Rosario con la promesa segura de salvación. Si no se tiene costumbre de rezarlo ciertamente puede resultar algo costoso al principio. A los que os cueste os animo a hacer un pequeño acto de heroísmo: ofrecer al menos una decena de rosas a Nuestra Madre del Cielo, una decena del Santo Rosario. Pongamos al menos un poquito de fragancia celestial en nuestra vida, Eau de María. Ella, como buena Madre, nos irá abriendo poco a poco el paladar, estragado para las cosas espirituales. Las tres Avemarías antes de acostarse nos permiten reposar con la seguridad de haber puesto nuestra vida y alma en manos de la Santísima Virgen.
Javier Navascués Pérez