
¡¡¡OH MARÍA SIN PECADO CONCEBIDA ROGAD POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A VOS!!!
Curación de Mr. Fermín (Sacerdote).
Esta relación fue dirigida al señor Superior general de San Sulpicio, que se ha servido comunicárnosla. Escribiola el respetable Sacerdote de esta tan apreciable comunidad, que fue favorecido con este prodigio, y certificada a más por los señores Superior y Director del gran Seminario de Reims, que fueron testigos de ella.
“¡A la gloria de María, concebida sin pecado! Yo Juan Bautista Fermín, indigno siervo de la Santísima Virgen, e hijo menor de M. Olier, de concierto con mi Superior y mis cohermanos, he creído deber trasmitir a N. T. H. Padre la relación del especial favor que me ha sido concedido.”
“Un gran número de personas saben cuáles han sido mis padecimientos por espacio de seis años consecutivos, hasta qué punto he sido molestado por una tos nerviosa y renitente cuyos accesos eran tan frecuentes y prolongados que no se concebía sino a duras penas como podía yo resistir a tantas y tan violentas sacudidas y estremecimientos. El mismo médico, encargado de visitarme, me ha declarado que durante los tres primeros años, estaba mi vida en un continuo peligro; y si en los tres últimos estaba menos expuesto a encontrar la muerte a cada paso, por decirlo así, la relajación de mi estómago y la debilidad de mi pecho eran tales, que todos mis días estaban llenos de amargura y me presentaban nuevas cruces. En este estado, ¿qué ayunos eclesiásticos he podido yo observar?
El deseo de hacer alguna cosa me indujo, hace cuatro o cinco años a ayunar las Témporas de Navidad, y fue tal el perjuicio que me causó, que ni para un solo día quisieron darme el permiso para que hiciese nuevas tentativas. La sola abstinencia de carne se me hizo imposible, y por haber intentado cumplir los preceptos de la santa Iglesia, al menos bajo este respecto, ¿cuántos dolores no padecí también en el mes de Julio de 1834? En este estado aflictivo se hallaba mi perdida salud, no viendo yo sino un término muy lejano a mis males, cuando tuvieron a bien mis Superiores darme un año de descanso. Recibí con reconocimiento una nueva prueba de su bondad para conmigo, y procuré entrar en sus miras para contribuir al restablecimiento de una salud que tenían la atención de conservarme; ¡pero qué poco podían las fuerzas de la naturaleza en el extremo a que me hallaba reducido! En el retiro y seno de la paz, después de cuatro meses cabales, apenas encontraba alivio alguno a mis dolores, y si el pecho le tenía más fuerte, al menos en apariencia, el estómago sehacía de día en día más y más delicado, de modo que no tenía otro recurso para aliviarle, sino el de ir cercenando cada vez más el alimento, hasta el extremo de acarrearme una debilidad, cuyas consecuencias no preveía.
¡Oh María, en qué estado me hallaba cuando vos tuvisteis a bien echar sobre mí una mirada de vuestra misericordia!
En 15 de Noviembre de 1834, me remitieron una Medalla acuñada en honor de la Inmaculada Concepción, y hecha célebre por tantos milagros como María se ha dignado obrar por ella, y al recibirla, se apoderó de mí por la primera vez una impresión de confianza de que encontraría por ella el fin de mis males.
Yo no lo había esperado, y creo poder decir que mis habituales pensamientos me alejaban de pedir una gracia de la cual me creía indigno. Con todo eso, hízose tan vivo el atractivo, que creí debía examinarle al día siguiente en la oración; y para no contrariar un movimiento tan impetuoso, me determiné a hacer una Novena, que principié el 16. Desde entonces, ya no tuvo límites mi confianza y semejante a la de un niño que ni ve ni habla ya sino de lo que él se cree seguro de alcanzar, me sostuvo en medio de las prueba a que me vi sujeto; porque el 19 y días siguientes se redoblaron mis dolores y al mismo tiempo afectaron el estómago y el pecho.
El 22, sin embargo encontré una sensible mejoría; el 23, creime bastante fuerte para dejar un régimen al cual estaba sujeto mucho tiempo; y el 24, día en que terminaba mi Novena, no quise ya tomar sino aquello que se servía a la comunidad; por la mañana, principié contentándome con tomar, como los Seminaristas muy robustos, un poco de pan seco, con un poco de vino, y halleme bien con este desayuno. Quedaban así llenos mis deseos, porque había rogado a la Santísima Virgen me volviese a la vida común, y la había vuelto a proseguir en un todo; pero una Madre tan buena como María no debía dejar imperfecta su obra, y eligió el mismo día de la Concepción, para derramar nuevas gracias. Quedábame en efecto alguna pesadez de estómago que acompañaba a la digestión después de la comida, sin hacerme padecer, y este resto de una añeja enfermedad desapareció enteramente entonces. Animose con un nuevo ardor, desde la víspera, mi devoción a María; me sentí impulsado a pedirle la consumación de una buena obra tan felizmente principiada, y lo verifiqué en la tarde y mañana del día siguiente, en la oración, en la santa Misa, y al dar gracias; y al terminar este último ejercicio delante de la imagen de la Santísima Virgen, después de una súplica que hice lo mejor que me fue posible, me retiré con una plena confianza de que había sido oída; y así fue pues desde entonces no he vuelto a experimentar la menor incomodidad; de modo que he podido muy bien ayunar las Témporas de Navidad, y la víspera de esta grande solemnidad; he cantado la Misa mayor a las diez, el cuarto Domingo de Adviento; he asistido al coro durante los días que la Iglesia consagra a celebrar el nacimiento de nuestro divino Maestro; y en vez de tener que arrepentirme de ninguna de estas cosas, he hallado en cada una de ellas un nuevo motivo de bendecir al Señor y de atestiguar mi reconocimiento a nuestra buena Madre.
J. B. Fermín.”
“Contra toda esperanza, hemos sido testigos de la pronta y perfecta curación de M. J. Fermín, la cual parece tenga alguna cosa de sobrenatural, pues no ha empleado otro remedio sino una grande devoción a la Santísima Virgen y una Novena en honor suyo.
Raigecourt Gournay Superior.
Aubry.”