
Como en el pasaje del Cantar de los Cantares, en que el propio Esposo le advierte a su amada:
si no sabes, bellísima pastora,
el valle, dó apasciento el mi ganado,
toma tus cabritos, y á la hora
seguirán el camino más hollado;
caminando por él vernás dó mora
el tu dulce pastor, y desposado;
allí podrán pascer los tus cabritos
entre los de los otros pastorcitos
(1, 7, versión de fray Luis de León),
Así fueron conducidos los pastores de Belén al estrecho sitio donde hacía mora el Deseado de las naciones. El mismo que «apascienta el su ganado», sus fieles todos, ante el misterio entrañable de su Nacimiento, objeto de una contemplación gozosa que no puede sino dejar algo de su estela y carácter aun en este mundo en densas sombras. Porque así como los réprobos y los demonios no pueden evitar doblar sus rodillas -malsugrado y en el hondo abismo de su presidio- ante el santo nombre de Cristo, del mismo modo el emputecido mundo post-cristiano sigue otorgándose por estas fechas una alegría profanada que es vestigio último de la fe de otras edades. Y pese al otrora abortado intento de la Revolución de alterar el uso de los tiempos y las calendas, las naciones y pueblos todos continúan numerando sus años a partir de aquel Acontecimiento que principia nuestra Redención.
Los cabritos de nuestras facultades irán prestos a adorarlo, allí por el camino previamente hollado por los patriarcas, los profetas, los Apóstoles, los mártires, los doctores y todos los santos, por la Iglesia en la admirable suma de sus enseñanzas. Irán a pacer en la rendida contemplación de este misterio que nos alegra en los hondones e instruye nuestro ánimo en la expectación del definitivo Adviento.
Se cantó el día de Navidad esa antífona que nos recuerda el modo como sólo Dios sabe hacer las cosas: orietur sicut sol Salvator mundi, et descendit in utero Virginis sicut imber super gramen; «saldrá como el sol el Salvador del mundo, y descenderá al seno de la Virgen como lluvia sobre la pradera». Porque pese a la variedad de las tesis naturalistas, de un cosmos cerrado sobre sí mismo cuya autosuficiencia no es sino el embozo de su autofagia y de su desesperación, la gloria del sol no se limita al noble cometido de iluminar y caldear el mundo, sino en significar la Providencia divina. Ni el rocío fue creado sólo para humedecer la tierra febriscente, sino para ser feliz analogía del misterio de la Encarnación y el Nacimiento. La tierra para el Cielo, porque es Navidad.
Gracias, Javier, por la difusión de este sencillo texto. Hago una pertinente aclaración:
el poema de fray Luis no es exactamente navideño. Se trata de un pasaje del Cantar de los Cantares libremente poetizado por el fraile salmantino, que tuvo el propósito de traducir del hebreo todo el Antiguo Testamento, topándose con la Inquisición -comprensiblemente recelosa por aquellos agitados años de todo conato de traducción de los Libros sacros a las lenguas vernáculas. Aunque con fray Luis se equivocaron. El fraile poeta completó, hasta donde sé, la traducción literal del libro de Job y del Cantar de los Cantares, y a ambas traducciones les añadió una exposición en prosa y -como en el caso del Cantar- una versión libre en verso, mucho más extensa que la traducción literal (donde en el original consta un versículo, él pone una estrofa de ocho versos).
Lo que humildemente intenté fue relacionar el motivo de la adoración de los pastores con este pasaje del Cantar de los Cantares, en el que el Supremo pastor convida al alma (o a la Iglesia, que caben ambas exégesis para la figura de la «bellísima pastora») a adentrarse en su conocimiento para mejor adorarlo. No otra cosa canta uno de los himnos prescritos para estos días: palamque fit pastoribus / Pastor, Creator omnium; “y se hizo manifiesto a los pastores el Pastor, Creador de todas las cosas”.
Venite adoremus!