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Son legión los ciudadanos españoles, neopaganizados e infantilizados, que no sólo han renunciado al sentido trascendente del catolicismo, que constituye la esencia de España, sino también al pensar y al mismo sentido común, en frase de Jaime Balmes, el menos común de los sentidos.

Modas borreguiles como Papá Noel, desde hace muchos años, o Halloween, más recientemente, invaden las mentes sin ninguna resistencia neuronal y todo el mundo compra ipso facto su discurso, que encaja como anillo al dedo al hombre gris de la sociedad moderna. Una sociedad light que se deja seducir por el canto de sirena de cualquier moda falaz y zarandear por cualquier viento de doctrina.

La Tradición católica de los Reyes Magos atesora una gran riqueza cultural y simbólica y ha generado miles de homilías magníficas de grandes santos y Padres de la Iglesia, aunque no es momento ahora para profundizar en todas ellas. Bastarán unos breves trazos, guiados de la mano del sentir secular de la Iglesia.

El relato bíblico es espectacular. Misteriosos sabios, que desde un país remoto, buscan una verdadera luminaria en su vida, la verdadera Sabiduría que desprecia las purpuras y sedas palaciegas para recostar su cabeza en un abrevadero de bueyes. Señores poderosos que siguen la estela de una estrella que marca el sentido de su existencia. Oro, incienso y mira que simbolizan la caridad, la oración y la mortificación de las pasiones. La humildad de unos nobles influyentes que doblan su rodilla y su cerviz ante el Rey del Universo, mostrando sus respetos a María Santísima y San José.

El que conoce mínimamente lo que significan, más que los Reyes, las tradiciones católicas, los villancicos de siempre y el verdadero espíritu de la Navidad no se deja engañar por el impostor de Papá Noel, que sin licencia ni papeles en regla, usurpa el papel de los Reyes Magos, en la misma noche del santo nacimiento.

Cualquier parecido entre el grave obispo San Nicolás con el Papá Noel actual es pura coincidencia. Es un sucedáneo del verdadero espíritu de la Navidad, un producto de la Ingeniería social anticristiana para banalizar una de las fiestas más importantes del año Litúrgico.

San Nicolás, santo griego, nacido en el siglo III, fue obispo de Mira, en lo que hoy sería Turquía. Nuestro protagonista era un asceta y con una gran gravedad en el rostro. Está a años luz y en las antípodas ideológicas de esa figura fofa y bonachona, con sonrisa estúpida, diseñada sin escrúpulos por los ideólogos de Coca Cola en los felices años 20. Es el símbolo de la secularización de la Navidad y de una sociedad consumista y superficial. Es el buenismo irenista encarnado.

San Nicolás, un santo de verdad, que se jugó la vida por defender la Fe

San Nicolás era un apasionado defensor de la doctrina de la Iglesia durante la gran persecución al rebaño de Cristo del siglo III, cuando se obligaba a los sacerdotes a renunciar o a morir. Nicolás desafió los edictos de los emperadores romanos y pasó años en la cárcel antes que apostatar. La fama de santidad de San Nicolás y de hacer milagros ha sobrevivido hasta nuestros días, si bien un tanto distorsionada por asociarlo a la figura del impostor Papá Noel.

Algunas pinceladas históricas de la degeneración literaria del personaje

Todo nace en un país de clara influencia protestante. La imaginación del escritor Washington Irving de 1809 en su libro Knickerbocker’s History of New York retrató por primera vez a un Nicolás que fumaba en pipa mientras sobrevolaba los tejados de las casas en un vagón volador, repartiendo regalos entre niños y niñas buenos.

En 1821, un poema anónimo ilustrado titulado The Children’s Friend fue mucho más allá a la hora de dar forma al Santa Claus moderno, asociándolo con la Navidad. «Aquí finalmente tenemos la aparición de Santa Claus», dijo Bowler. «Han cogido el reparto mágico de regalos de San Nicolás, le han quitado cualquier tinte religioso y han vestido a Santa Claus con las pieles de aquellos peludos portadores de regalos germánicos».

Ese personaje inicialmente traía regalos a las niñas y niños buenos, pero también traía una vara de abedul, según señala el poema, que «dirige la mano de los Padres cuando sus hijos rechazan el camino de la virtud». Del pequeño vagón de Santa Claus solo tiraba un reno, pero tanto el conductor como el equipo sufrieron un importante cambio de imagen el año siguiente.

En 1822, Clement Clarke Moore escribió A Visit From St. Nicholas, también conocido como The Night Before Christmas, para sus seis hijos, sin intención de sumarse al incipiente fenómeno de Santa Claus. Se publicó de forma anónima al año siguiente y, hasta el día de hoy, el Santa Claus regordete y alegre que se describe en él sigue montado en un trineo del que tiran ocho renos.

«Se convirtió en un fenómeno viral», dijo Bowler. Pero, aunque este poema sea familiar para los estadounidenses, todavía deja mucho a la imaginación, y en el siglo XIX Santa Claus apareció en muchas vestimentas de diversos colores y tamaños, y llevando una serie de disfraces diferentes.

No fue hasta el siglo XIX cuando se estandarizó la imagen de Santa Claus como un adulto de tamaño normal vestido de rojo con adornos de pelo blanco, que viajaba desde el Polo Norte en un trineo tirado por renos y que vigilaba a los niños.

Cuando se estableció del todo, el Santa Claus norteamericano experimentó una especie de migración a la inversa hacia Europa, remplazando a los verdaderos portadores de regalos, los Reyes Magos, y adoptando nombres locales como Père Noël en Francia, Father Christmas en Gran Bretaña o Papá Noel en España.

Javier Navascués Pérez

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