
Lo primero saber que no es nada habitual. Aunque sabemos por la fe y es dogma de fe la existencia del demonio, un ser espiritual o ángel caído que busca nuestra perdición en la práctica no suele manifestarse salvo en casos de mucha santidad o en casos de ouijas o consagraciones a Satanás.
La vida de los santos está llena de ocasiones en donde el demonio aparecía y los molestaba el ser infernal. Pero ellos no perdían nunca la paz porque estaban muy unidos a Dios y confiados en su poder. Así debemos hacer nosotros, confiar en Dios, rezar y nunca hablar con el maligno en caso de que se nos apareciese alguna vez, algo que es muy poco común siempre y cuando no llamemos a las puertas del mal.
En cualquier caso es bueno contar experiencia a una persona de confianza y sobretodo a un sacerdote piadoso y docto que nos aconsejará como actuar si se vuelve a repetir la experiencia. Si estamos en gracia de Dios no tenemos nada que temer. El demonio no puede hacernos nada que Dios no permita y en general como decía Santa Teresita del Niño Jesús no hay que tenerle miedo. Eso sí no hay que tentar a la suerte y hacer prácticas prohibidas por la religión como ir a que nos echen las cartas, ouija etc…
Lo que enseña la Iglesia sobre la existencia del demonio
Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali («El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos») (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS, 800).
La Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 P 2,4). Esta «caída» consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: «Seréis como dioses» (Gn 3,5). El diablo es «pecador desde el principio» (1 Jn 3,8), «padre de la mentira» (Jn 8,44).
Es el carácter irrevocable de su elección, y no un defecto de la infinita misericordia divina lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. «No hay arrepentimiento para ellos después de la caída, como no hay arrepentimiento para los hombres después de la muerte» (San Juan Damasceno, De fide orthodoxa, 2,4: PG 94, 877C).
La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama «homicida desde el principio» (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). «El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo» (1 Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.