
Desde lo alto del monte Corcovado
Jesucristo vigila la bahía,
sus brazos como alas extendidas
y su cuerpo de blanco entunicado.
Colosal y a la vez bien mesurado,
al viento con su aplomo desafía
y al cielo y a la tierra los alía
en unánime vínculo sagrado.
Yo estuve allí, con ojos admirados
mirándolo con vértigo hacia arriba,
mirándolo a su rostro inescrutado.
Y al verlo me acordé del anunciado
momento de su próxima venida
triunfante como Rey eternizado.