
Ana comienza su testimonio contándonos que volvió a la iglesia católica y considera sin reservas que “la bendición más grande de Dios en mi vida fue ponerme en una familia católica”. Sigue su testimonio hablándonos de cómo todo inició “como muchas familias católicas pos Vaticano II, íbamos a Misa los domingos y los días de precepto, pero estábamos muy poco involucrados en la fe más allá de eso”. Ana recibió el sacramento de la confirmación solo porque estaba asistiendo a una escuela católica. Complementa diciendo “Nunca entendí la Misa, nunca entendí las ‘Buenas Nuevas’ de las que hablaba una de las Hermanas que me enseñaba en la escuela, nunca aprendimos a rezar el Rosario aunque mi padre nos enseñó a rezar las tres grandes, El Padre Nuestro, El Ave María y El Gloria”, continua diciendo “De muchas maneras éramos católicos culturales más que cualquier otra cosa; ciertamente no entendía la Presencia Real y asumía que nadie en mi familia la entendía, dado que nunca se hablaba de ella. Así que el no tener muchos fundamentos en la fe, y el ser de todos modos una niña más bien enojadiza, hizo que saliera huyendo de la Iglesia a la primera oportunidad que se presentó, la cual llegó cuando me fui para la Universidad de Michigan”.
Más adelante en su testimonio narra cómo “lo que siguió fueron más de 20 años de revolverme alrededor de las tonterías de la nueva era con la furia convirtiéndose en completa depresión”, y relata como “funcionaba a pesar de mi perspectiva melancólica de la vida, me gradué de la universidad, me casé, e hice una maestría en administración pública en la Universidad del Sur de California”, pero a pesar de tener una vida exitosa sentía por momentos depresión, ansiedad y una vaga sensación de estar perdida.
Luego nos habla de algo que cambió su vida “me lastimé ambos hombros tan gravemente que no podía vestirme sola. No tenía ni siquiera 40 años de edad y pensaba que no podría volver a moverme sin dolor nunca más en mi vida, y todo lo que tenía a la mano eran El Padre Nuestro, El Ave María, y El Gloria que rezaba con mi padre cuando era niña. Llamé a gritos a Dios con estas tres oraciones y mi conocimiento de niña de escuela primaria de Sus cosas, y Él siendo el Padre paciente, bondadoso y amoroso que es, vino a mi encuentro donde yo estaba y respondió mis oraciones. Por el alivio del dolor de mis hombros y por la gentil guía con que me ha provisto desde ese momento, no tengo nada que ofrecerle más que las oraciones diarias de mi vida que es vivida para Él y consagrada a Su Sagrado Corazón, a través del Inmaculado Corazón de Su Queridísima Madre … ,María”.
Después nos relata cómo se metió en una iglesia evangélica, donde leyó la biblia durante dos años. No obstante, gradualmente comenzó a sentirse incomoda con las inconsistencias que veía entre lo que estaba leyendo en la biblia y lo que le estaban enseñando en la iglesia evangélica. También nos dice que “y estaba ansiando la Eucaristía, aunque extrañamente todavía no comprendía la Presencia Real”.
A continuación hace un recuento de como volvió a la Iglesia Católica, “los factores decisivos para mi fueron el capítulo 17 del evangelio de Juan, y Mateo 16:18 cuando a Pedro le son dadas las llaves del reino”. Entonces se le ocurrió que Jesús no abandonó a Su Iglesia los primeros 1.500 años de la Cristiandad, porque después de todo, Él nos dice que estará con nosotros hasta la consumación del siglo. Así que sin el prejuicio de toda una vida de que le dijeran que la Iglesia Católica estaba equivocada, y con la inmensurable bendición de la gracia recibida en su confirmación, empezó a leer el catecismo y a aprender acerca de la fe que Cristo le ha dado a su pueblo, entonces supo que tenía que volver a casa en Roma.
Concluye su testimonio hablando de cómo “después de 14 años, nuestro matrimonio se convalidó en diciembre de 2004, mi esposo fue recibido en la Iglesia en la Vigilia Pascual de 2005, y vivimos nuestras vidas con gratitud al Rey de Reyes, Señor de Señores, rogando cada día por la salvación de las almas de todos aquellos con quienes tenemos contacto. Orando a nuestro Salvador para que así como la Hermana María plantó esas pequeñas semillas de fe en la escuela media, nosotros por medio de la oración de nuestras vidas que son vividas para Cristo, y nuestros testimonios de Su insondable Misericordia y Gracia, plantemos las semillas del mensaje de salvación a través de nuestro Señor Jesucristo y la Gracia que el derrama sobre Su pueblo mediante Su Iglesia aquí en la tierra”.