
Dice así el protestante: »Yo jamás de los jamases podré aceptar una doctrina así de manos de la Iglesia, y estoy decidido a mantener una y mil veces que la Iglesia se equivoca, antes que aceptar que sea verdad una doctrina tan horrible».
Pero, hombre, ¿POR QUÉ?. No te excites de esa manera, como un caballo que se asusta de lo que no conoce. Piensa un poco en lo que he dicho. ¿Es en realidad algo ciertamente irracional? ¿Es realmente algo contrario a la Escritura? ¿Es algo ciertamente contrario a los Santos Padres primitivos? ¿Es algo ciertamente idólatra? No puedo dejar de reírme al hacer estas preguntas. ¿No se podrá, más bien, decir algo en su favor partiendo de la razón, de la devoción, de la antigüedad, del texto inspirado? Puede que usted no vea ninguna razón para creer en la voz de la Iglesia; puede que usted no haya llegado a creer en ella. Pero lo que no acierto de ningún modo a comprender es qué tiene que ver esto con hacer que vacile su fe en ella, si usted tiene fe, o con hacer que usted cambie de idea si está empezando a creer que esa doctrina puede venir de Dios. Muchísimas doctrinas son mucho más difíciles que la de la Inmaculada Concepción. La doctrina del pecado original es inmensamente más difícil. Con María no hay esta dificultad: no hay la menor dificultad en creer que un alma esté unida al cuerpo sin pecado original; el gran misterio consiste en que alguien -en que millones y millones- hayan nacido con él. Nuestra doctrina acerca de María cuenta con una dificultad menos que nuestra doctrina sobre la situación de la humanidad en general. Lo diré claramente: en el último día podrá haber muchas excusas, buenas o malas, para no ser católicos. Pero hay una que no consigo imaginarme: »Señor, la doctrina de la Inmaculada Concepción iba tan en menoscabo de tu gracia, era tan contradictoria con tu Pasión, estaba tan en desacuerdo con tu palabra del Génesis y del Apocalipsis, se parecía tan poco a las enseñanzas de tus primeros santos y mártires, que eso me dio derecho a rechazarla a cualquier precio y rechazar a tu Iglesia por enseñarla. Es una doctrina en la que mi juicio privado está plenamente justificado oponerse al juicio de la Iglesia. Y ésta es mi disculpa para venir y morir como protestante».
Pero, hombre, ¿POR QUÉ?. No te excites de esa manera, como un caballo que se asusta de lo que no conoce. Piensa un poco en lo que he dicho. ¿Es en realidad algo ciertamente irracional? ¿Es realmente algo contrario a la Escritura? ¿Es algo ciertamente contrario a los Santos Padres primitivos? ¿Es algo ciertamente idólatra? No puedo dejar de reírme al hacer estas preguntas. ¿No se podrá, más bien, decir algo en su favor partiendo de la razón, de la devoción, de la antigüedad, del texto inspirado? Puede que usted no vea ninguna razón para creer en la voz de la Iglesia; puede que usted no haya llegado a creer en ella. Pero lo que no acierto de ningún modo a comprender es qué tiene que ver esto con hacer que vacile su fe en ella, si usted tiene fe, o con hacer que usted cambie de idea si está empezando a creer que esa doctrina puede venir de Dios. Muchísimas doctrinas son mucho más difíciles que la de la Inmaculada Concepción. La doctrina del pecado original es inmensamente más difícil. Con María no hay esta dificultad: no hay la menor dificultad en creer que un alma esté unida al cuerpo sin pecado original; el gran misterio consiste en que alguien -en que millones y millones- hayan nacido con él. Nuestra doctrina acerca de María cuenta con una dificultad menos que nuestra doctrina sobre la situación de la humanidad en general. Lo diré claramente: en el último día podrá haber muchas excusas, buenas o malas, para no ser católicos. Pero hay una que no consigo imaginarme: »Señor, la doctrina de la Inmaculada Concepción iba tan en menoscabo de tu gracia, era tan contradictoria con tu Pasión, estaba tan en desacuerdo con tu palabra del Génesis y del Apocalipsis, se parecía tan poco a las enseñanzas de tus primeros santos y mártires, que eso me dio derecho a rechazarla a cualquier precio y rechazar a tu Iglesia por enseñarla. Es una doctrina en la que mi juicio privado está plenamente justificado oponerse al juicio de la Iglesia. Y ésta es mi disculpa para venir y morir como protestante».
Cardenal John Henry Newman.